Aquí os dejo mi aportación Sobre esta Extraordinaria mujer:
Una pionera surge entre los investigadores masculinos centrados en la Diosa desde finales del siglo XIX La figura de Jane Ellen Harrison (1850-1928) destaca, no sólo por llevar a cabo una de las más originales orientaciones en los estudios sobre la Grecia Clásica que la convierten en referente mundial, sino por acogerse a las ideas bachofianas y a los métodos de Frazer (de quien fue compañera en Cambridge), y dirigir su atención al origen del panteón olímpico, del que extraerá la conclusión de un pasado de veneración a la Diosa Madre, anterior a la dictadura patriarcal de Zeus.
Harrison es pionera también por otros motivos que enlazan con la situación social de la mujer en la época victoriana y su acceso a los estudios superiores; a la futura eminencia en la religión de la Grecia clásica le quedaban demasiado estrechos los límites al conocimiento que le imponía la moral de su tiempo. Nacida en Cottingham (Yorkshire, Inglaterra), huérfana de madre y educada por varias institutrices, antes de cumplir los diecisiete años ya dominaba el latín, el alemán y el griego. Estudió en varias escuelas para mujeres hasta llegar al Newmann College de Cambridge, convirtiéndose en la primera mujer con carrera académica del país, especializándose en Estudios Clásicos. Hasta 1948, las mujeres no obtuvieron el derecho a ser miembros con plenos derechos en la universidad en Cambrigde, tras un largo proceso que habían iniciado personalidades individuales pretendiendo llevar a cabo una reforma universitaria que diera cabida a las mujeres. Hasta entonces, sólo podían asistir como oyentes a determinadas lecturas. No hace falta sino recordar a Virginia Woolf en Una habitación propia, viendo la sombra de Harrison vagando por los jardines del campus, prohibida su entrada en el sacro edificio. Harrison tuvo una estrecha relación con Virginia, fue asidua del grupo de Bloomsbury y algunas autoras no dejan de ver la influencia que, como feminista y como lesbiana[1], tuvo Harrison en Woolf; incluso, más allá, en la evolución de su escritura y en sus innovaciones novelísticas, sobre todo en Las olas o La señora Dalloway[2].
Ideológicamente, Harrison se convirtió en una sufragista moderada, que prefirió, en lugar de practicar violentas protestas, luchar por el derecho al voto de la mujer desde su púlpito de antropóloga. Para ella, el movimiento de las mujeres no era un intento de usurpar el poder a los hombres, ni siquiera un intento de afirmar y subrayar el privilegio de las mujeres de la feminidad, sino simplemente la exigencia de que en la vida de la mujer, como en la vida del hombre, el espacio y la libertad como derecho iban más allá de cualquier idea de masculinidad o feminidad y repercutían en el bienestar de toda la humanidad. El lema de Harrison es Homo sum, humani nihil alienum est mihi (Soy un ser humano, nada que sea humano me es ajeno).
El “college” de Newnham, en el que se forma J. Harrison, se convierte de este modo en un ámbito social en el que la actividad intelectual tiene significación política: la adquisición de conocimientos es inseparable de una nueva configuración de la identidad femenina. Es aquí donde hay que insertar la importancia de los estudios clásicos: la dedicación de J. Harrison al estudio del mundo griego antiguo, y el campo temático hacia el que va derivando su obra, la religión griega “primitiva”, tiene un profundo significado político[3].
Un significado político feminista, primeramente por su mismo “status” de investigadora, y por su renuncia al matrimonio, que tal y como ella lo concibe representa un modo de subordinación al papel de esposa y madre que limitaría su actividad intelectual. En segundo lugar “porque la “religión prehomérica” es en su obra un objeto de investigación, pero también de militancia. Hay que situarse en la Europa del último tercio del siglo XIX, en donde el mundo griego es un “campo de batalla” (tal y como lo definía Nietzsche) entre proyectos de poder diversos que se sirven de un determinado “ideal helénico” como arma[4].
En el ámbito de los estudios clásicos, el panorama se resumía en la necesidad de plantear otras vías de investigación y prestar atención a otras áreas, como la cotidianeidad y la ritualidad, para esclarecer zonas oscuras de la teoría clásica dominante. Desde que, alrededor de 1890, los estudios de Frazer habían intentado dar sentido
[…] al enjambre de espíritus y deidades menores que abarrotaban los arrabales del Olimpo –cuyos dioses la tradición literaria griega había encumbrado- y hallaron su significado en prácticas cotidianas efectuadas en los santuarios y sitios sagrados de la antigüedad. Nietzsche […] había subrayado con el mismo material en una dirección convergente y a comienzos de la década de 1870 las diferencias entre los cultos apolíneos, basados en estatuas de alabastro, y los obscenos cultos dionisíacos, y había revelado el nexo entre esas dispares figuras religiosas, un conflicto entre moralidades sociales diferentes. A principios del siglo XX, esas líneas de trabajo cristalizaron en la escuela de estudios clásicos de Cambridge, en torno a Jane Ellen Harrison, F.M. Cornford y Gilbert Murray, que interpretaban programáticamente todo mito en términos de las prácticas cúlticas de sus creyentes originales. Otro estudioso de esta corriente, R.R. Marrett (1914: 100) lo resumió lapidariamente: «la religión primitiva se pensaba menos que se danzaba».[5]
Estos investigadores del mundo clásico y de la antropología histórica, si los comparamos con sus sucesores, no fueron demasiado partidarios de la abstracción, ni teorizaron sistemáticamente su programa de investigación. “Su idea directriz era traducir mitos concretos a conjeturas prácticas cúlticas y correlacionar éstas con restos arqueológicos procedentes de antiguos lugares de culto”[6].
El estudio del mito se abordó desde diferentes perspectivas. Por un lado, un movimiento intelectual de carácter popular intentaba documentar el culto a la Diosa Madre, un rito de fertilidad consagrado a una diosa, supuestamente anterior a las demás religiones, luego sucedida por cultos androcéntricos, quizás a causa de migraciones de pueblos guerreros y conquistadores. Este es grupo que perdura en nuestros días, consolidado al calor del feminismo de la diferencia, y que tuvo especial relevancia en la creación de los movimientos New Age y alternativos.
Por otro lado:
Otra rama analítica quiso formular los principios de la ‘mentalidad primitiva’ y poner de relieve sus diferencias con el posterior pensamiento racional (un movimiento tajantemente repudiado en el período postcolonial); obras emparentadas con éstas vieron las raíces de la filosofía griega arcaica en el desarrollo de los conceptos religiosos y en la mitología. Todos estos enfoques usaron evidencia procedente de mitos y ritos para elaborar reconstrucciones históricas; y dado que intentaban identificar las etapas históricas precedentes –que en ocasiones postulaban como patrones evolutivos universales- sus teorías solían ser bastante concretas. [7]
Harrison creyó firmemente en la existencia de una sociedad centrada en lo femenino que precedió a la religión patriarcal entre los antiguos griegos; se basó en sus investigaciones en las imágenes de las diosas madres y en los antiguos relatos. La religión patriarcal, según Harrison, invadió completamente los dominios antes asignados a las mujeres, incluyendo el derecho a los hijos. Como ejemplo citaba el nacimiento de Atenea del muslo de Zeus. Para ella, los mitos olímpicos eran demasiado abstractos, carecían de la dinámica emocional que implicaban los ritos femeninos centrados en la fertilidad de la naturaleza. Los olímpicos no eran la fuente de la vida ni tenían ésta
como objetivo[8].
como objetivo[8].
En su libro Prolegomena to the Study of Greek Religion (1903)[9], analizó los festivales más conocidos de la ciudad de Atenas: Targelias, Kallynteria, Plinteria… y especialmente, los celebrados por las mujeres en los que detectó muchas supervivencias primitivas: Tesmoforias, Arrophoria, Skirophoria, Stenia y Haloa. Harrison
[…] encuentra que en los festivales griegos prehoméricos y en los cultos mistéricos el lugar de honor estaba reservado a la diosa que aparecía como la madre de los vivos y los muertos y cuyo consorte solía ser una serpiente. Esta serpiente es, bajo la forma de dragón, la que destruyen los héroes, acto que relaciona en Themis (1912)[10] con el fin del culto a los poderes de la fertilidad[11].
Este interés por los ritos en la explicación del mito y de fenómenos como el teatro griego, hace que el grupo que lideran Harrison, Gilbert Murray y A. B. Cook, se conozca como el Cambrigde Ritualist, los ritualistas de Cambrigde, la “Escuela de Cambrigde” o “Escuela del mito y del ritual”.
Los helenistas éramos, por entonces, unos moradores de la sombra, pero pronto nos alumbraría la claridad, nos alumbrarían las luces de la antropología y la arqueología. Los clásicos se revolvían en su pesadilla de siglos. Los viejos comenzaban a ver visiones y los jóvenes a soñar sus sueños. Acababa yo de salir de Cambridge, cuando Schliemann empezó sus excavaciones en Troya. Entre mis contemporáneos figuraba J.G. Frazer, que pronto arrojaría torrentes de luz sobre las sombras de las supersticiones salvajes con el resplandor de su Rama dorada. El título feliz de esta obra preclara… atrajo la atención de los humanistas. Ellos comprendieron al fin que la antropología comparada era asunto serio, capaz de dilucidar los textos griegos y latinos. Tylor había hecho ya lo suyo; Robertson Smith, desterrado como hereje, había visto aparecer la Estrella de Oriente: todo en vano. Nosotros nada oíamos, y cerrábamos los ojos. Pero al eco mágico de la palabra ‘rama dorada’ se disipó nuestra insensibilidad. A poco, Arthur Evans tendió la vela rumbo a la nueva Atlántida, y empezó a telegrafiar noticias sobre el Minotauro desde su propio Laberinto. Y no pudimos ya menos de conceder al caso toda la importancia que se merecía, puesto que afectaba a la tan traída y llevada cuestión homérica”.[12]
Este párrafo prueba la “emocionalidad” que provoca el estudio religioso en Harrison, que, según Diego Mariño, refiriéndose concretamente al estudio de Dioniso, en ella “está alimentado por su búsqueda de identidad femenina desmarcada del rol normativo de su época, para la cual las dimensiones emocionales de la religión, representadas por Dioniso, son esenciales”[13]. Este “modo emotivo” de trabajar podría calificarse de “femenino” en cuanto a que incluir factores como la emoción o los sentimientos en las investigaciones serias ha sido una de las viejas reivindicaciones del quehacer feminista. Para Mariño, la obra de Harrison puede entenderse “como un gran edificio en el que se monumentalizan numerosos fenómenos religiosos del mundo antiguo partiendo de una teoría de la religión elaborada desde una reflexión antropológica en cuyo centro se sitúa la emocionalidad humana”.[14]
Harrison reveló la existencia del fuerte vínculo entre el mito y el rito, y que, en multitud de ocasiones, el ritual era el origen del mito. La religión griega, o cualquier otra religión, en términos de sentimientos y pensamientos colectivos, es fruto de la exaltación inducida por la actividad ceremonial, proyección del estado afectivo del grupo, de éxtasis grupal o thiasos: “la religión báquica se basa en el estado de afectividad colectiva del thiasos. Su dios es una proyección de la unidad del grupo”. Lo cual implica, asimismo, que la religión de la Diosa, anterior a todas, refleja un orden social determinado y una emocionalidad derivada de sus prácticas sociales que han sobrevivido en las posteriores religiones agazapados y enmascarados en sus rituales.
En su teoría de la relación entre el rito y el mito, Harrison destaca la prioridad cronológica y ontológica del rito sobre el mito, lo que le permite entroncar socialmente la religión y el mito griegos mediante el procedimiento que le llevaría a buscar las claves de la comprensión de las religiones clásicas más allá del mundo greco-romano, a los pueblos que en su época eran sujetos pasivos de la colonización, los pueblos llamados “primitivos”. Esta comparación entre el pueblos griego, considerado la cuna de la civilización occidental, con pueblos “salvajes” (obsérvese la similitud con la terminología de Frazer), fue considerada poco menos que una herejía, que implicaba poner en duda la superioridad del Imperio Británico sobre sus gobernados y, a su vez, la superioridad de Europa sobre el resto del mundo[15]. El descubrimiento de lo irracional, lo pasional y lo primitivo no descubre solamente un mundo nuevo del pasado, sino también el propio pasado. Liberar la religión y la mitología clásicas del canon clasicista se corresponde con el proceso de Harrison de liberación personal y social: “para ella liberar al mito y liberar a Grecia era lo mismo que liberarse a sí misma y que liberar a la sociedad burguesa de fines del siglo XIX”[16].
Jane harrison con Hope Mirless, su compañera |
[1] Harrison mantuvo una larga relación de convivencia con Hope Mirless desde 1913 hasta 1928 en que murió Jane. Poeta, novelista y antigua alumna suya, Hope era también muy amiga del matrimonio Woolf, que publicó su obra París: A Poem, en Hogarth Press en 1919.
[2] Como por ejemplo Patricia Cramer o Bonnie Zimmerman. “For a lesbian and feminist writer like Woolf, Harrison's gynocentric ritual mould provided a welcome opportunity to adopt a structure for her "play-poem" that kept women at the center rather than the periphery of her plot. Woolf seems to have sought through Harrison's work a way to link her fiction to an ancient female-centered tradition; by grafting her own plots onto Harrison's ritual model, Woolf achieves a collective significance for her lesbian stories not otherwise available to her. Additionally, while adapting Harrison's ritual theories for her own lesbian and feminist aims, Woolf integrates into The Waves a range of literary techniques now recognized as lesbian literary conventions. Thus, The Waves can be read not merely as a classic of literary modernism, but as a founding text for lesbian literary conventions.” Patricia Cramer, “Jane Harrison and lesbian plots: the absent lover in Virginia Woolf’s The Waves” en Studies en the Novel, 2005. Leído el 25/01/10 en:
http://findarticles.com/p/articles/mi_hb3440/is_4_37/ai_n29237315/pg_2/?tag=content;col1.
También puede comprobarse la influencia de Harrison en Woolf y otros autores del modernismo anglosajón en Martha C. Carpenter, Ritual Myth and the Modernist Text. The Influence of Jane Harrison on Joyce, Elliot and Woolf, Gordon and Breach Publishers, 1998. El ritual y el mito se muestran en este libro de análisis como uno de los mejores enfoques para la ficción modernista, la mayoría de cuyos autores buscó conscientemente su incorporación en la ficción. El libro también revisa décadas de exceso de énfasis crítico en Frazer, como una influencia antropológica importante en estos escritores, que desarrollaron con mayor precisión su revisión histórica de la antropología comparativa, mediante la corrección de las definiciones simplistas de la teoría del ritual. Carpenter analiza en detalle la influencia del trabajo de Harrison en las obras de estos autores y muestra cómo la visión feminista de Harrison de la religión griega fue una inspiración para ellos.
[3] Diego Mariño Sánchez, Historiografía de Dioniso. Introducción a la Historiografía de la religión griega antigua, Tesis de doctorado, Geografía e Historia, Universidad de Santiago de Compostela, 2007, p.185.
[4] Ibídem.
[6] Collins, op., cit., p. 25.
[7] Collins, op., cit., p. 26.
[8] Patricia Cramer, art., cit.
[9] Lamentablemente, ninguna obra de Harrison ha sido traducida al español.
[10] Themis: A Study of the Social Origins of Greek Religion, Ancient Art and Ritual (1912), Alpha and Omega (1915), Epilegomena to the Study of Greek Religion (1921) y la autobiográfica Reminiscences of a Student’s Life de 1925.
[11]Juan José Prat Ferrer, “El mito de la Magna Dea en la cultura contemporánea”, Revista de Folklore, Caja España/Fundación Joaquín Díaz. Leído el 11/12/09 en: http://www.funjdiaz.net/folklore/07ficha.cfm?id=2175.
[12] Alfonso Reyes, Obras Completas, XVIII: Estudios Helénicos, (1966), México, Fondo de Cultura Económica, 2000 (2ª reimpresión) p. 154.
[13] Mariño, op., cit., p. 28.
[14] Mariño, op., cit., p. 183.
[15] José Carlos Bermejo Barrera, “Historia antigua: ¿Para qué? Vigor y decadencia de la tradición clásica” en Dialogues D’Histoire Ancienne, Vol. 10, Universidad de Besançon, 2003, p. 48. “Se decía en la Inglaterra victoriana (R. Jenkins, 1980) que la cultura clásica, que se ofrecía en Oxford y Cambrigde es algo que, una vez adquirido permite sentirnos superiores a los demás. Y ello era así debido al reducidísimo número de estudiantes de lenguas clásicas y a su alta extracción social que les daba el suficiente ocio como para no dedicarse a una actividad práctica. La vigencia de este modelo pasará a depender igualmente de la credibilidad no sólo de los valores democráticos y de la fe en la civilización industrial, sino también en la creencia de la superioridad de Europa sobre el resto del mundo, que se verá puesta en duda tras el proceso de descolonización que tendrá lugar después de la Segunda Guerra Mundial ”, art., cit., p. 36.
[16] Bermejo, art., cit., p. 49.
Para quien quiere leer algo de Harrison, Ancient Age está disponible aquí:
file: / / / C: / Users / angie / Documentos / TESIS /% harrison% 20age 20ancient-h.htm
Hola Angie, estoy seguro que tu tesis será muy interesante. ¿Puedo preguntar de qué trata? Gracias, y felicidades por el blog.
ResponderEliminarpues sobre la Diosa como emblema de poder de las mujeres
ResponderEliminarGracias por compartir con nosotr@s los contenidos de tu tesis. Y por dar brillo a la memoria de Jean Ellen Harrison, cuya esencia "veo" reflejada en ti.
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Gracias Emilio! He estado visitando tu blog y me parece interesantísimo... Sabes, voy muy pronto a Sevilla, a un seminario sobre espiritualidad femenina que organiza Efeta ¿lo conoces?
ResponderEliminarSi, conozco la Escuela EFETA y me ha llegado información sobre el seminario de mitad de octubre.
ResponderEliminarSi tienes tiempo para tomar un café aprovechando tu estancia en estas tierras, estaré encantado de compartirlo contigo.
Un abrazo.
e