De lunes a viernes, alrededor de la una del mediodía, recibo mi tratamiento de radioterapia. Los jueves tengo ración doble, me ponen tambièn la quimio.

Gorgona es redonda, como la égida de Atenea, y va girando alrededor de mi cara y cuello, haciendo un ruido chirriante, más propio de un escenario de ciencia ficción que de un ensayo rockero, y (¡oh, decepción!) sin rayos iluminatorios, expulsa sus serpientes justicieras e invisibles aniquiladoras del tumor alojado en mi laringe.

Así que ahí estoy yo, petrificada e inmovilizada, pero, por otro lado, concentrada en transformar ese poder supuestamente maligno y devastador en una suerte de energía renovadora que me sane. Los rayos de Gorgona dejan de ser invisibles y al entrar en mí se convierten en luz dorada y cálida inundando mi garganta. Dejo de ver la radioterapia como un cúmulo de efectos secundarios que me van a quemar, llagar y lacerar y lo intento ver como un proceso ineludible, en el que tengo que atravesar una zona oscura e inquietante a través de la cual llegaré a una zona iluminada que me clarificará cuál es la siguiente etapa de mi vida. Un proceso, por lo demás, extremadamente breve (dos meses, de los que ya han trasncurrido dos semanas), que tampoco tiene por que ser tan dramático como parece ser obligado tomárselo.
Repasando lo que sé sobre Gorgonas y Medusas, me encuentro con las interpretaciones de Christine Downing y Shinoda Bolen, que analizan la Gorgona desde el arquetipo de Atenea. Como todo lo relacionado con el poder de la Diosa, hay una dualidad entre el bien y el mal, lo oscuro y lo luminoso, en la perpetua búsqueda humana del equilibrio emocional.
El lado oscuro, la sombra de Atenea, lo halla Downing en la Gorgona de
su escudo, el lado erinio de la Gran Madre que porta como protección, pero que
no destruye ni convierte a nadie en piedra, sino que redime: gracias a su
intervención, las furias se convierten en euménides y la sangre que gotea de
Medusa se recoge y utiliza por Asclepio para sanar y resucitar a los muertos.
Para Bolen, por su parte, la Gorgona presente en su égida, es uno de los temibles aspectos de Atenea, que
tiene el poder de desvitalizar la experiencia de los demás, de suprimir la vida
con la conversación o convertir una relación en un cuadro estático. Con su
actitud crítica y su afán analizador puede, intencionada o inconscientemente,
disminuir la experiencia subjetiva de otra persona, carecer de empatía por los
temas espirituales o morales vitales para otros, ser intolerante con los
problemas de la gente y blandir una actitud crítica hacia cualquier atisbo de debilidad. Es capaz
de paralizar a la persona que tiene delante, “convertirla en
piedra” con su examen escudriñador y crítico y destruir sus iniciativas. Atenea
debe recordar que el peto de la Gorgona es algo que pude quitarse y ponerse;
cuanto se da cuenta que tiene algo que aprender de las personas y compartir con
ellas y se relaciona como una igual, se habrá desprendido de su peto y dejará
de provocar el efecto Medusa.
Yo lo veo como un aprendizaje en el que tengo que asumir mi poder de paralizar a los demás con mi palabra, de no dejarles expresarse por mi vehemencia y porque a veces soy demasiado arrolladora y dejo a los demás mudos. Quizá por ello Gorgona va a provocarme que me calle un tiempo. Cuando estoy a solas con ella soy totalmente vulnerable, estoy sometida a su voluntad, a su poder destructivo y sanador a la vez, y eso es una prueba para mí de humildad tremenda. Quizá callándome y estándome quieta aprenda a escucharme y a llevar otro ritmo vital más sano y equilibrado.
Gorgona me petrifica, sí, pero sólo temporalmente. Como Gran Madre Poderosa actuará con su veneno/medicina para sanar la parte de mí que debe mostrarse limpia y clara hacia el mundo, la de mi discurso.
Yo lo veo como un aprendizaje en el que tengo que asumir mi poder de paralizar a los demás con mi palabra, de no dejarles expresarse por mi vehemencia y porque a veces soy demasiado arrolladora y dejo a los demás mudos. Quizá por ello Gorgona va a provocarme que me calle un tiempo. Cuando estoy a solas con ella soy totalmente vulnerable, estoy sometida a su voluntad, a su poder destructivo y sanador a la vez, y eso es una prueba para mí de humildad tremenda. Quizá callándome y estándome quieta aprenda a escucharme y a llevar otro ritmo vital más sano y equilibrado.
Gorgona me petrifica, sí, pero sólo temporalmente. Como Gran Madre Poderosa actuará con su veneno/medicina para sanar la parte de mí que debe mostrarse limpia y clara hacia el mundo, la de mi discurso.

Fuentes:
Christine Downing, (1981), La
Diosa. Imágenes mitológicas de lo femenino, Barcelona, Kairós, 1998.
Jean Shinoda Bolen, (1984), Las diosas de cada mujer. Una nueva
psicología femenina, Barcelona, Kairós, 2000 (7ª edición).