El caso es que este proyecto de ley del aborto está fuera de las hipocresías imperantes desde la Transición, al mismo nivel de la de cualquier país europeo avanzado.
El Proyecto de Ley de Salud Sexual y Reproductiva y de Interrupción Voluntaria del Embarazo pone especial atención en la prevención de embarazos no deseados. Trípticos informativos en todas las farmacias, derecho de TODAS las mujeres, tengan la edad que tengan, a estar informadas sobre reproducción e interrupción del embarazo, no sólo la mitad del pastel, como hasta ahora. Deja la elección plenamente en manos de la mujer, tanto en los plazos como en el caso de haber peligro para la salud. Las mujeres que no cumplan con la ley en cuanto a los plazos no serán penadas como delincuentes. La ley garantiza la intimidad y la confidencialidad de las mujeres que aborten, atendiendo a las indicaciones de la Agencia de Protección de Datos.
En relación al polémico punto sobre el consentimiento de la mujer y a la posibilidad de decidir de las jóvenes de 16 años, el Gobierno entiende que es coherente con nuestro marco jurídico y nuestra realidad social. Por eso, una vez reconocida por el Consejo de Estado la autonomía y derecho a decidir de las jóvenes mayores de 16 años, el Proyecto mantiene la disposición final segunda donde se modifica la Ley de Autonomía del Paciente de 2002.
Las menores de dieciocho años podrán abortar sin conocimiento ni consentimiento de su tutores. La sociedad conservadora española pone el grito en el cielo ante esta medida, incluso entre algunos sectores de la izquierda se han alzado las voces de algún padre indignado. Pero la realidad es la realidad y sólo cuando se la mira de frente se la puede aceptar. Una jovencita de quince años se puede ir de botellón los fines de semana y cogerse una cogorza monumental sin que se enteren sus padres. Puede hartarse de meterse rayas de coca, de speed o de cualquier otra droga de moda en el mismo sitio donde se emborracha, puede comprar hachís en su instituto, todo ello sin que se enteren sus padres. Puede acostarse con quien le apetezca, con un chico, con una chica o con ambos, puede, por tanto, quedarse embarazada si con la borrachera o con el colocón se le olvida que existen los preservativos. Si no les cuenta a sus padres que fuma porros o se emborracha los sábados ¿les va a contar que está embarazada? Yo creo que no, que la mayoría de las veces intentará salir del atolladero como sea y le tocará abortar de una manera peligrosa para su salud o incluso su vida. Con esta ley, al menos, podría hacerlo con garantías.
Por supuesto que también hay muchachas de quince años que no se van de botellón y que hablarían con sus padres si tuvieran problemas con las drogas o se quedaran embarazadas, que tienen confianza en el criterio de sus padres y tomarían una decisión más madura. Pero estas últimas chicas no tendrían la misma urgencia ni se verían empujadas a la clandestinidad.
No entiendo cómo puede haber padres que regalan a su hija una operación de estética para ponerse las tetas más grandes o la nariz más respingona por su cumpleaños y luego se niegan a asumir que el cuerpo de sus hijas es también el cuerpo de una mujer que puede concebir y gestar un embarazo que no siempre va a resultar deseado en la familia.
Además tenemos el tema económico. La Interrupción Voluntaria del Embarazo, además, se garantizará dentro de la cartera de servicios del Sistema Nacional de Salud, para que sea una prestación pública y gratuita. El Estado además velará por el cumplimiento efectivo de estos derechos a través de la Alta Inspección Sanitaria. Es decir, que cualquier mujer podrá acudir a la Seguridad Social, sea pobre, de familia media o rica, para practicarse un aborto y con ello, muchas adolescentes sin ningún medio económico podrán pensárselo antes de tener un bebé que le interrumpa el instituto, la universidad, la libertad de madurar progresivamente y no de golpe y porrazo, con un bebé a cuestas que puede marcalas de por vida.
Respeto profundamente a las personas con ideas antiabortistas. No comparto sus ideales, pero entiendo su postura, su anteposición de la vida ante cualquier circunstancia. La vida y la libertad de vivirla con la mejor de las perspectivas es también casi "sagrada" para mi. No voy a entrar en el debate de cuándo el feto es un ser vivo y cuándo todavía no lo es. Eso queda en la consideración y creencia de cada cual porque las respuestas de la ciencia sobre ello no son unánimes (ya que hablamos de una cuestión moral y no médica o biológica). Pero los problemas sociales que conlleva que las mujeres no puedan ejercer su libertad con el propio cuerpo son demasiado devastadoras para preferir una situación no legislada. significa tener un hijo fruto de una violación, ser una madre adolescente, no poder mantener un tercer hijo , frustrar una carrera prometedora, condenar a un hijo no deseado al desamor frustrado de una madre "no deseada"... La alternativa sobre llevar o no adelante un embarazo (que será un ser humano completo, no lo olvidemos, con todas sus imperiosas necesidades materiales y afectovas) debe estar presente en un estado de derecho, laico y democrático. Luego, que cada mujer haga lo que le dicte su moral o sus circunstancias, no lo que le dicten sus padres, su sacerdote, su marido o su entorno más inmediato.
No hay cosa más aberrante que obligar a una mujer a ser madre cuando no lo desea o no se lo puede permitir. Es absurdo a estas alturas pretender la norma esencialista de que todas las mujeres tienen instinto maternal y todas están encantadas de ser madres. Ridículo.
Cuando se generan estos debates tan acalorados sobre la conveniencia o no de que las mujeres aborten libremente, me da por pensar que aunque las mujeres seamos presidentas, soldados, toreras, científicas, camioneras... todavía la gran mayoría social piensa que somos una especie de menores de edad a las que hay que controlar y poner límites en cuanto a su sexualidad y su cuerpo serrano. Y en con eso deberían indignarse TODAS las mujeres, proabortistas y contrabortistas, como se indignan en otros temas como la desigualdad laboral o la ablación.
Prohibirnos abortar es atentar contra nuestra inteligencia, nuestra madurez como personas o nuestra consideración como ciudadanas de pleno derecho, que votan, que pagan impuestos o que tienen grandes responsabilidades políticas y sociales. Es como obligarnos a ser de un solo hombres o a llegar vírgenes al matrimonio. Pero creo que muchas mujeres conservadoras, por muy feministas que se consideren, no se han dado cuenta de ese matiz.