Lloraba la Tierra,
alzaba su voz pidiendo ayuda
de madre desangrada
al alumbrar su fruto.
Clamaba,
los brazos extendidos
en forma de tormentas,
el vientre alborotado
anegando las marismas,
deshaciéndose las playas
ante su triste aliento,
creciendo los desiertos
a la par que su melancolía.
Lloraba la Tierra.
Lloraba.
Y todas las mujeres fueron una
al vislumbrar
todos los mañanas
muertos de sus hijos.
Y todas las mujeres
fueron una
llorando con el llanto de la Tierra
quemándoles el pecho.
Mi madre,
la vecina,
mis amigas,
la anciana del collar de perlas,
la bibliotecaria,
la mujer del presidente
y sus adeptas,
la que vive en la montaña
y la que come en la oficina…
Todas se lanzaron a la calle
haciendo suyo el grito de La Tierra.
Y el Mundo se detuvo
ante el alarido aquel
de horror y rabia.
Y resurgió de las cenizas
aquel culto,
olvidado por los siglos
y la angustia,
el respeto hacia la Madre,
la Gran Diosa,
ahora y para siempre venerada.
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