El feminismo y yo
Angie Simonis
¿Qué es para mí el feminismo?
El feminismo no es sólo lucha política y reivindicación de nuestros derechos; no tiene por qué limitarse a la recuperación de nuestros referentes y al discurso intelectual sobre nuestra identidad o las formas culturales que atañen a las mujeres.
Puede ser más, mucho más, exceder todo aquello que pueda explicarse con palabras. Es para mí una filosofía de vida, una actitud, un conjunto de creencias que me sostienen, que me ayudan y me confirman en la fe de que vivo en un mundo hermoso, donde son posibles e imprescindibles la justicia y la paz para todos los seres humanos y la armonía con todo lo que integra la naturaleza y la vida.
El feminismo es también una forma de espiritualidad plena, allí donde me fallaron todas las religiones diseñadas por los hombres, artificiales y crueles con nosotras las mujeres.
Es dejar la puerta abierta a nuestro instinto, a nuestra naturaleza de mujeres, a nuestra misión en la vida como tales, sea ésta la que sea, la que nosotras elijamos. Es caminar descalza sobre la tierra y sentir la hierba, la arena, la caricia del agua de los estanques o el mar en las plantas de los pies y conectarse con lo más primitivo, con lo más atávico de nuestra esencia, con el poder que emana de suelo y nos recorre todo el cuerpo hasta el último de nuestros cabellos, expandiéndose al cielo.
Es danzar y cantar en círculo, como hicieron nuestras antepasadas sacerdotisas y brujas, con mis hermanas mujeres a la luz de la luna e imaginar que hay otros miles, millones de mujeres invisibles que danzan al mismo tiempo.
Es conectarse con nuestros ciclos vitales y vivirlos al unísono con la Madre Tierra, celebrar las estaciones como cambios necesarios para nuestro crecimiento personal y espiritual.
Es hablar otro lenguaje, aquel en que los cojones se transforman en ovarios y los poemas, las obras de arte, las esculturas, las melodías, los proyectos nacen en nuestro útero y son paridos con nuestra sangre y nuestro esfuerzo y no creados de la nada. Es hablar la lengua de nuestro cuerpo y dejarlo expresarse con valentía y placer.
Es buscar un lugar tranquilo donde pedir, donde rezar por la paz en la Tierra, por el fin de las guerras y el hambre de millones de niños y niñas que están condenados a muerte diariamente, para que tengan el derecho a vivir como viven nuestros hijos, a educarse, a crecer en libertad, a jugar y disfrutar sin que tengan que perder la inocencia viendo morir a sus padres o huyendo de las bombas, ni seguir siendo explotados, violados, vendidos… A que sean respetados los ancianos y cuidados con amor hasta el fin de sus días, no abandonados en un lugar cualquiera para que no molesten y mueran de tristeza y soledad. Rezar con el corazón para que cambie todo eso y no para perder el tiempo dándose golpes de pecho y pidiendo perdón a cualquier dios inmisericorde por “pecados” incomprensibles y antinaturales.
Es sentir que soy igual, al mismo tiempo que genuinamente diferente, que todas las mujeres del mundo: que es mi hermana una poderosa matrona africana, de piel negra como la noche y caderas inmensas, una indígena pequeña y delgada con su bebé colgado de la espalda mientras sube escarpadas colinas, una hindú de aceitunados ojos y túnica azafranada que refresca sus pies en un río bullicioso, una frágil y sonriente oriental que esconde su sonrisa tras un abanico de seda de colores, una rubia valquiria que camina deprisa por la nieve, buscando el calor del hogar…
El feminismo es también sentir el sufrimiento por todas las injusticias, por todo el dolor, los golpes, la vejación, la tortura, la mutilación, el exilio, el silencio ignominioso, la humillación, el insulto que están viviendo ahora, en este preciso instante, millones de hermanas mías. Y sentir por ello la rabia necesaria para no quedarme quieta, insulsamente satisfecha con mis privilegios de mujer occidental, con mi lavadora, mi coche y mi armario lleno de ropa que nunca termino de usar. La rabia productiva que me haga moverme, hacer algo, lo que sea, lo que pueda para intentar cambiar las cosas.
Pero fundamentalmente y en resumidas cuentas, el feminismo es para mí levantarme todas las mañanas dando infinitas gracias por haber nacido mujer y gritarle al mundo entero que estoy orgullosa de serlo y no cambiaría por nada mi cuerpo y mi alma de mujer.
DIOS ME HIZO MUJER
Y Dios me hizo mujer,
de pelo largo,
ojos, nariz y boca de mujer.
Con curvas
y pliegues
y suaves hondonadas
y me cavó por dentro,
me hizo un taller de seres humanos.
Tejió delicadamente mis nervios
y balanceó con cuidado
el número de mis hormonas.
Compuso mi sangre
y me inyectó con ella
para que irrigara
todo mi cuerpo;
nacieron así las ideas,
los sueños,
el instinto.
Todo lo creó suavemente
a martillazos de soplidos
y taladrazos de amor,
las mil y una cosas que me hacen mujer todos los días
por las que me levanto orgullosa
todas las mañanas
y bendigo mi sexo.
Gioconda Belli, El ojo de la mujer.
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