Último día del mes de las flores, muy prolífico en lecturas.
Aparte de bodrios impresionantes que tengo que leerme para la tesis y que no voy a nombrar para no herir susceptibilidades (lo que a mi me parece un tostón puede parecerle el colmo de lo interesante a cualquier otro lector/lectora), he leído un montón de buena letra, de la que selecciono un par de joyitas. Lo que si no me resisto a hacer notar es que sobre la Diosa se han dicho tantas barbaridades como sobre la gravedad de las hormigas (si es que se ha dicho alguna), pero claro, hay que leérselas todas toditas, igual que hay que leerse las cosas buenas.
Bien, para resarcirme un poco de tanto árido ensayo estoy leyendo mucha novela, buena y mala, que lo busco es entretenimiento y evasión y no discrimino comercialidades de genialidades. Dos flores de distinto colorido y textura quiero destacar de toda esa mezcolanza que ha sido mi mayo novelero, dos personajes que en algún momento significaron algo para mi promiscuo corazón literario: Wallada al- Mustakfi y Malinalli la Malinche. Dos princesas, una árabe andalusí, la otra precolombina, dos rebeldes más de mi larga lista de mujeres reseñables.
En aquellos tiempos, que ya me parecen tan lejanos como el propio Al Andalus, en que estudiaba filología árabe me enamoré de la primera. Cómo no, gracias a sus versos, a su palabra, pero también gracias a su borrosa imagen que la Historia (la de los hombres) apenas había dejado perfilar, cuatro cicateros datos que la perfilaban en todo su misterio como "la amante" de Ibn Zaydun ("excelso poeta andalusí" que se hizo famoso contando sus amargas penas por el abandono de Wallada en las ruinas de Medina Azahara), la que se mofó hirientemente de él por el motivo más viejo de las guerras amorosas: el despecho por unos cuernos.
Pero Wallada, naturalmente, era mucho más que eso, como pude averigüar investigando un poco sobre ella. Era una de las últimas princesas del califato de Córdoba, hija de también uno de los últimos califas, disoluto, cobarde e ineficaz gobernante, que huyó disfrazado de mujer para no ser asesinado en su propia corte y acabó muriendo envenenado unos días después. En aquella Córdoba convulsa, donde moría una forma de vida y renacía otra, ella supo encontrar su momento y su gloria. Se quitó el velo, se convirtió en escritora poeta famosa y abrió el salón literario más visitado de la ciudad, donde se encumbraban y se estrellaban los poetas de la época (como hiciera siglos más tarde Colombine, pero con más estilo, que Wallada, al fin y al cabo, llevaba el buen gusto en los genes). Yo, fascinada, hice un trabajo de asignatura de aquellos en que me dejaba la piel y el corazón, desesperada por no encontrar bibliografía y concluyendo que Wallada, más que un personaje histórico, era un personaje de novela, de una novela que cuando tuviera tiempo y dinero para visitar Córdoba y esacarbar en archivos y documentos, escribiría reflejando todo el ocaso de la gloriosa urbe califal y el meteórico ascenso de la que renunció a sus previlegios principescos a cambio de ser una libre ciudadana dedicada a la poesía.
Wallada alternaba sus amores femeninos con los masculinos y eso la hacía aún más enigmática, pero de eso no se hablaba mucho en la bibliografía; Wallada discutía con filósofos y políticos, pero tuvo celos de una esclava negra; Wallada escribía poemas de extrema calidad formal, al más puro estilo clásico árabe y se desahogaba escribiendo poesía obscena, como la que le dedicó a Zaydun y que resulta lo más sincero y divertido de su escasa producción conservada.
Ah, pero mi proyecto se quedó en una carpeta azul, destiñéndose con los años y lo único que saqué de beneficio fue el flamante diez que me pusieron por el trabajo (que no está nada mal tampoco). El otro día, rebuscando en la biblioteca algo para mi solaz aparece en una estantería mi proyecto, pero escrito por otra mujer, Matilde Cabello, y escrito, por supuesto, de manera totalmente diferente: Wallada, la última luna (Almuzara, 2005).
Matilde ha escrito una novela poemática y se ha centrado en los interiores de Wallada, yo quería escribir una novela histórica, que testimoniara toda una época (a ambiciosa no me gana nadie, por eso amarillean mis carpetas de proyectos). Debo decir, sin embargo, que la Wallada de Matilde y la mía son la misma. Es curioso como, sin conocernos de nada, ella y yo nos hemos imaginado la misma mujer: una diosa de la palabra que detenta su poder en el decir y en el no decir y paga sus deudas con el destino por lo no dicho. Esto último puede parecer un galimatías, pero algo tengo que decir para que leáis la novela, que es, por otro lado, bellísima. Será que es la propia Wallada la que nos ha visitado a las dos disfrazada de musa andalusí.Más sobre Wallada: http://www.webislam.com/?idt=9693
1 comentario:
Aún recuerdo la magia de aquel trabajo universitario tuyo y tu pasión al hablar de Wallada. Buscaré en mi biblioteca esta novela y a ver qué tal.
Abrazos desde Barna.
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