El Principio Hermético de Género
A propósito del pentáculo, se citó ayer en el Blog (El Pentáculo y su conexión con “Phi” y la “Divina Proporción”) el principio hermético de género, que indica lo siguiente:: “La concepción existe por doquier; el género está en todo. Todo tiene sus principios masculino y femenino; la concepción y el género se manifiestan en todos los planos”. En él entra de lleno el dualismo masculino – femenino, que en realidad es una unidad armónica e interactiva, mencionado en la entrada referida.
Para mayor aclaración, el contenido de tal principio es cierto no sólo en el plano físico, sino, igualmente, en el mental y en el espiritual: ninguna creación escapa a su influencia, que actúa siempre en el sentido de generar, regenerar y crear. Y cada ser, en cualquier plano, contiene en sí mismo los dos componentes, masculino y femenino. El papel del elemento masculino es dirigir ciertas formas de energía hacia el femenino, poniendo en marcha, así, el proceso creador. Por su parte, el agente femenino es el único que ejecuta la labor activa de creación como tal. No obstante, los dos se necesitan mutuamente para la generación y aisladamente son incapaces de operar y acometer la tarea creadora.
En este orden, es vital no confundir género con sexo, pues el primero, en su sentido hermético, y el segundo, en su acepción ordinariamente aceptada, no son lo mismo. Concretamente, la palabra género es de raíz latina y significa crear, concebir, procrear, producir. Y donde quiera que algo se genera o crea -sea en el plano que sea (material, espiritual o mental) y hasta en lo que se refiere a la creación de los mundos y el Universo-, allí está presente y activo el principio de género. En cambio, el sexo tiene un significado mucho más restrictivo y no es más que la manifestación material del género, limitándose a las distinciones físicas entre seres machos y hembras
Las enseñanzas herméticas identifican el principio masculino del género con lo “positivo” y el femenino con lo “negativo” (piénsese, por ejemplo, en la electricidad). Sin embargo, en la verdadera sabiduría ambos términos carecen de las connotaciones derivadas de su uso en el lenguaje vulgar, especialmente en lo relativo al polo negativo, comúnmente asociado a lo débil, frente a la fuerza y consistencia del positivo. Por ello, el hermetismo utiliza siempre el término femenino en lugar de negativo. Incluso numerosos científicos, para evitar semejantes distorsiones, prefieren emplear la palabra cátodo en vez de negativo: el cátodo o polo negativo es el principio matriz de los fenómenos eléctricos y de las más sutiles formas de materia hoy conocidas.
La ciencia actual no reconoce aún la validez universal del principio del género, aunque se aproxima rápidamente a su comprensión. Verbigracia, algunos investigadores han expuesto su convicción de que en la formación de los cristales opera alguna especie de actividad sexual. Otros comienzan a entrever que la ley de la gravitación, esa atracción por la que todas las partículas y cuerpos del Universo tienden unos hacia otros, actúa en el contexto del principio de genero. Y particularmente interesantes al respecto son los avances científicos en el campo de la formación del átomo.
En cuanto al influjo del principio de género en el plano mental, la psicología insiste hoy en la idea de la dualidad mental, a través de un buen número de teorías sobre la naturaleza de esa “doble mente”: objetiva y subjetiva, consciente y subconsciente, voluntaria e involuntaria, activa y pasiva, etcétera. Una dualidad que la doctrina hermética conoce bien y explica por medio de la teoría del genero en la mente, el genero mental, con sus principios asociados del “yo” y el “mí”. En este marco, el principio masculino de la mente corresponde a la llamada mente objetiva, consciente, voluntaria o activa; en tanto que el principio femenino corresponde a la denominada mente subjetiva, subconsciente, involuntaria o pasiva.
Históricamente, el principio del género se manifestó en diversos dualismos, como el solar - lunar, en perpetua oposición, y dejó profunda huella en las religiones primitivas. Mas el ser humano tiende a abolir los dualismos, tiene anhelo de plenitud, quiere completarse, abarcar el Universo, entenderlo, dominarlo. Necesita ser, a la vez, masculino y femenino. Este deseo apuntado por las antiguas religiones lo ha confirmado hoy la psicología profunda.
Así, al comienzo, el dios hebreo Yavhé pugnaba con la diosa cananea Ashera, la sabiduría. Pero luego se casaron. Salomón, el gran sincretizador, logró concordar los dos principios y de este modo descubrió la mecánica de la creación. En siete años, construyó un templo rectangular de 55 metros de largo, 28 de ancho y 15 de largo. A la entrada colocó dos columnas, Jakim y Boaz, macho y hembra. Jakim es “yikkon”, “el que se establecerá”, el Sol. Y Boaz es “en ella la fuerza”, La Luna. Es la boda mística de los principios patriarcales y matriarcales que se reflejan también en el Cantar de los Cantares.
La representación ancestral de lo femenino y lo masculino tiene connotaciones astrológicas del dios-planeta Marte y la diosa-planeta Venus. El signo masculino lo representan dos líneas formando una punta y orientadas hacia arriba, mientras en el símbolo femenino miran hacia abajo. El primero se conoce usualmente como la “espada” y ostenta similitudes fálicas y agresivas -se utiliza aún en la actualidad en los uniforme militares para denotar rango-. El femenino significa lo contrario y se le conoce como el “cáliz”, pues se parece a una copa o recipiente y a la forma del vientre de la mujer, expresando fertilidad.
Cuando los sucesores de Salomón se apartaron del sincretismo, ganaron terreno las religiones patriarcales, como el judaísmo, el cristianismo y las religiones paganas grecorromanas. A partir de entonces, la tradición esotérica sincretista se transmitió como iniciación a la gnosis o conocimiento.
En el ostracismo de la feminidad han desempeñado un notabilísimo papel las cuestiones de poder. Muchas religiones modernas han estado interesadas en arrinconar la tradición de la divinidad femenina y su indudable importancia ancestral, llegando a zaherirla con inventos como el pecado original y la aparición de Eva como apéndice malvado de Adán, surgida de su costilla y arrastrando, a él y a toda la humanidad, hacia la perdición por probar la manzana del mal. O haciendo del Creador una figura masculina, en contraposición al concepto de mujer como dadora de vida que estuvo en la esencia de las antiguas religiones.
En el proceso de reivindicación de la divinidad femenina pérdida hay que situar el mito del Santo Grial. Se asocia a una copa, cuando en realidad es la representación metafórica de la divinidad femenina y, por extensión, aplicado al cristianismo, de una persona, de una mujer, María Magdalena, esposa de Jesús, y la descendencia que juntos tuvieron. Por tanto, el Santo Grial enlaza con ritos ancestrales paganos. La Iglesia nunca consiguió acabar con ellos y, paradójicamente, dentro de su propia estructura, círculos iniciáticos han aprovechado históricamente la virginización de la madre de Jesús para mantener la presencia de tales cultos y creencias, llegando incluso a participar activamente en la conformación del dogma de la “Inmaculada Concepción”. Un dogma que les ha servido para, subrepticiamente, rescatar del olvido, primero, y otorgar protagonismo, después, a aquella divinidad femenina, diosa madre, fiel reflejo del ideal de Sabiduría y del principio hermético de género.
Para mayor aclaración, el contenido de tal principio es cierto no sólo en el plano físico, sino, igualmente, en el mental y en el espiritual: ninguna creación escapa a su influencia, que actúa siempre en el sentido de generar, regenerar y crear. Y cada ser, en cualquier plano, contiene en sí mismo los dos componentes, masculino y femenino. El papel del elemento masculino es dirigir ciertas formas de energía hacia el femenino, poniendo en marcha, así, el proceso creador. Por su parte, el agente femenino es el único que ejecuta la labor activa de creación como tal. No obstante, los dos se necesitan mutuamente para la generación y aisladamente son incapaces de operar y acometer la tarea creadora.
En este orden, es vital no confundir género con sexo, pues el primero, en su sentido hermético, y el segundo, en su acepción ordinariamente aceptada, no son lo mismo. Concretamente, la palabra género es de raíz latina y significa crear, concebir, procrear, producir. Y donde quiera que algo se genera o crea -sea en el plano que sea (material, espiritual o mental) y hasta en lo que se refiere a la creación de los mundos y el Universo-, allí está presente y activo el principio de género. En cambio, el sexo tiene un significado mucho más restrictivo y no es más que la manifestación material del género, limitándose a las distinciones físicas entre seres machos y hembras
Las enseñanzas herméticas identifican el principio masculino del género con lo “positivo” y el femenino con lo “negativo” (piénsese, por ejemplo, en la electricidad). Sin embargo, en la verdadera sabiduría ambos términos carecen de las connotaciones derivadas de su uso en el lenguaje vulgar, especialmente en lo relativo al polo negativo, comúnmente asociado a lo débil, frente a la fuerza y consistencia del positivo. Por ello, el hermetismo utiliza siempre el término femenino en lugar de negativo. Incluso numerosos científicos, para evitar semejantes distorsiones, prefieren emplear la palabra cátodo en vez de negativo: el cátodo o polo negativo es el principio matriz de los fenómenos eléctricos y de las más sutiles formas de materia hoy conocidas.
La ciencia actual no reconoce aún la validez universal del principio del género, aunque se aproxima rápidamente a su comprensión. Verbigracia, algunos investigadores han expuesto su convicción de que en la formación de los cristales opera alguna especie de actividad sexual. Otros comienzan a entrever que la ley de la gravitación, esa atracción por la que todas las partículas y cuerpos del Universo tienden unos hacia otros, actúa en el contexto del principio de genero. Y particularmente interesantes al respecto son los avances científicos en el campo de la formación del átomo.
En cuanto al influjo del principio de género en el plano mental, la psicología insiste hoy en la idea de la dualidad mental, a través de un buen número de teorías sobre la naturaleza de esa “doble mente”: objetiva y subjetiva, consciente y subconsciente, voluntaria e involuntaria, activa y pasiva, etcétera. Una dualidad que la doctrina hermética conoce bien y explica por medio de la teoría del genero en la mente, el genero mental, con sus principios asociados del “yo” y el “mí”. En este marco, el principio masculino de la mente corresponde a la llamada mente objetiva, consciente, voluntaria o activa; en tanto que el principio femenino corresponde a la denominada mente subjetiva, subconsciente, involuntaria o pasiva.
Históricamente, el principio del género se manifestó en diversos dualismos, como el solar - lunar, en perpetua oposición, y dejó profunda huella en las religiones primitivas. Mas el ser humano tiende a abolir los dualismos, tiene anhelo de plenitud, quiere completarse, abarcar el Universo, entenderlo, dominarlo. Necesita ser, a la vez, masculino y femenino. Este deseo apuntado por las antiguas religiones lo ha confirmado hoy la psicología profunda.
Así, al comienzo, el dios hebreo Yavhé pugnaba con la diosa cananea Ashera, la sabiduría. Pero luego se casaron. Salomón, el gran sincretizador, logró concordar los dos principios y de este modo descubrió la mecánica de la creación. En siete años, construyó un templo rectangular de 55 metros de largo, 28 de ancho y 15 de largo. A la entrada colocó dos columnas, Jakim y Boaz, macho y hembra. Jakim es “yikkon”, “el que se establecerá”, el Sol. Y Boaz es “en ella la fuerza”, La Luna. Es la boda mística de los principios patriarcales y matriarcales que se reflejan también en el Cantar de los Cantares.
La representación ancestral de lo femenino y lo masculino tiene connotaciones astrológicas del dios-planeta Marte y la diosa-planeta Venus. El signo masculino lo representan dos líneas formando una punta y orientadas hacia arriba, mientras en el símbolo femenino miran hacia abajo. El primero se conoce usualmente como la “espada” y ostenta similitudes fálicas y agresivas -se utiliza aún en la actualidad en los uniforme militares para denotar rango-. El femenino significa lo contrario y se le conoce como el “cáliz”, pues se parece a una copa o recipiente y a la forma del vientre de la mujer, expresando fertilidad.
Cuando los sucesores de Salomón se apartaron del sincretismo, ganaron terreno las religiones patriarcales, como el judaísmo, el cristianismo y las religiones paganas grecorromanas. A partir de entonces, la tradición esotérica sincretista se transmitió como iniciación a la gnosis o conocimiento.
En el ostracismo de la feminidad han desempeñado un notabilísimo papel las cuestiones de poder. Muchas religiones modernas han estado interesadas en arrinconar la tradición de la divinidad femenina y su indudable importancia ancestral, llegando a zaherirla con inventos como el pecado original y la aparición de Eva como apéndice malvado de Adán, surgida de su costilla y arrastrando, a él y a toda la humanidad, hacia la perdición por probar la manzana del mal. O haciendo del Creador una figura masculina, en contraposición al concepto de mujer como dadora de vida que estuvo en la esencia de las antiguas religiones.
En el proceso de reivindicación de la divinidad femenina pérdida hay que situar el mito del Santo Grial. Se asocia a una copa, cuando en realidad es la representación metafórica de la divinidad femenina y, por extensión, aplicado al cristianismo, de una persona, de una mujer, María Magdalena, esposa de Jesús, y la descendencia que juntos tuvieron. Por tanto, el Santo Grial enlaza con ritos ancestrales paganos. La Iglesia nunca consiguió acabar con ellos y, paradójicamente, dentro de su propia estructura, círculos iniciáticos han aprovechado históricamente la virginización de la madre de Jesús para mantener la presencia de tales cultos y creencias, llegando incluso a participar activamente en la conformación del dogma de la “Inmaculada Concepción”. Un dogma que les ha servido para, subrepticiamente, rescatar del olvido, primero, y otorgar protagonismo, después, a aquella divinidad femenina, diosa madre, fiel reflejo del ideal de Sabiduría y del principio hermético de género.
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