LESBOFILIA: ASIGNATURA PENDIENTE
DEL FEMINISMO ESPAÑOL
Angie Simonis
Es fundamental que entendamos el feminismo lesbiano en su sentido más profundo y radical como es el amor por nosotras mismas y por otras mujeres, el compromiso con la libertad de todas nosotras, que trasciende la categoría de “preferencia sexual” y la de derechos civiles, para volverse a una política de formular preguntas de mujeres, que luchan por un mundo en el cual la integridad de todas –no de unas pocas elegidas- sea reconocida y considerada en cada aspecto de la cultura.
Adrienne Rich
Mi trabajo se inscribe necesariamente dentro de los estudios de Género puesto que considero que el descubrimiento y la recuperación de testimonios de mujeres lesbianas forma parte de la contribución que las mujeres han hecho (y hacemos) en la construcción del mundo. La lesbiana ha sido también un “agente desvalorizado del sistema” que ha actuado como agente reproductor de la ideología dominante, auto/reproduciendo su propia desvalorización[1].
Lo ha auto/reproducido, a lo largo de los siglos, permaneciendo en el silencio. Las mujeres, en general, hemos sido desprovistas de la palabra en la historia, se nos ha negado el derecho, hasta muy recientemente, de ser sujetos políticos, relegándonos al ámbito de lo privado y focalizando nuestro ejercicio al amar antes que al pensar, por lo que el espacio amoroso ha sido el único en el que hemos podido desarrollar una pequeña parcela de poder. Paradójicamente, como advierte Margarita Pisano “no somos las mujeres las amadas, sino más bien, deseadas, poseídas y temidas. Son los hombres los amados, tanto por las mujeres como por los propios hombres, construyendo una cultura misógina que ama a los hombres y odia a las mujeres”[2].
Podría resultar un poco contradictorio inscribir la investigación sobre lesbianas en los estudios de género si estos se ocupan precisamente de las relaciones entre los géneros y las lesbianas se relacionan (en teoría), sólo con su mismo género, pero es precisamente esa univocidad en el objeto de su deseo la que las ha convertido en blanco de discriminación y persecución del hombre, lo que, sin duda, establece un cierto tipo de relación. La lesbiana, como dijo Adrianne Rich, ha sido obligada a mentir a los hombres, a sí misma y a la sociedad en general (como las prostitutas y las mujeres casadas) puesto que “la institución heterosexual ha forzado a la lesbiana a disimular so pena de ser etiquetada como una pervertida, una criminal, una mujer peligrosa o enferma”.[3]
El lesbianismo, como trasgresor del mandato histórico de subordinación a lo masculino al no aceptar las líneas marcadas por el androcentrismo en cuanto a la reproducción y convivencia de los sexos, “corresponde a un pensamiento histórico-político que tiene características propias y que no son comparables ni semejantes a la experiencia de las mujeres heterosexuales, aunque como mujeres seamos desvalorizadas por este hecho”[4].
Por una parte, las lesbianas somos discriminadas como sujeto mujer a causa de nuestra rebeldía al modelo heterosexual reproductivo entre parejas de diferente sexo y por otra, la discriminación se extiende dentro del propio movimiento homosexual, donde se admira y exalta aún más la masculinidad.
Hacer historia del lesbianismo, supone, pues, una forma más de resistencia al modelo preestablecido dominante puesto que pasa por desenterrar y desenmascarar lo que la cultura hegemónica ha ocultado o maquillado por no considerarse adecuado tanto desde el punto de vista de la ética como de la política.
Todo intento de construir una historia lesbiana, sea sociológica o histórica, conlleva enfrentarse a la erradicación de las lesbianas que se ha hecho mediante silencios, falsas representaciones y prejuicios, lo que presenta obstáculos importantes para una investigación y escritura histórica. ¿Cómo se puede reconstruir una historia a partir de la evidencia de que va a ser parcial, está ausente, oculta, negada, manipulada, trivializada y por tanto suprimida? [5]
Como feminista y como lesbiana, me posiciono y actúo pretendiendo rescatar lo que me atañe culturalmente, reflexionando de forma crítica en este trabajo sobre los presupuestos necesarios para construir un discurso histórico que legitime nuestro lugar en la cultura.
En cuanto a mi utilización del término “lesbofilia” (del que no tengo constancia que haya sido usado) es una reivindicación de la diferencia del colectivo lésbico dentro del colectivo homosexual en general, con unas características propias y peculiares que lo hacen merecedor de un tratamiento distinto a la hora de investigarlo y reflexionar sobre él. Parte del concepto “homofilia”, que aunque se puede considerar sinónimo de “homosexualidad”, su connotación nos ofrece un campo de significación más amplio, el de “amor por lo homosexual”, un empeño consciente (y yo diría que heroico), de rescatar la tradición y la cultura de los homosexuales. Así entiendo yo la “lesbofilia”, tanto el amor entre lesbianas como el deseo de rescatar la tradición y la cultura lesbianas. Hacer “lesbofilia” es hacer feminismo lesbiano, tal como lo concibió Adrienne Rich en 1977: “Las lesbianas no debemos olvidar que hemos sido penalizadas, envilecidas y ridiculizadas no por odiar a los hombres, sino por amar a las mujeres, el significado de nuestro amor por las mujeres es, pues, lo que tenemos constantemente que expandir”[6]. Un amor que no se reduce a cuestiones afectivas de ámbito privado, sino que trasciende a las relaciones entre mujeres, sean lesbianas o no, ya que:
Toda teoría o creación cultural o política que trate la existencia lesbiana como un fenómeno marginal o menos «natural», como una mera «preferencia sexual» o como una réplica de las relaciones heterosexuales u homosexuales masculinas, resulta profundamente debilitada por ello, al margen de sus restantes aportaciones. La teoría feminista no puede permitirse más el limitarse a manifestar tolerancia del «lesbianismo» como «estilo de vida alternativo» o aludir formalmente a las lesbianas. Hace ya mucho que es necesaria una crítica feminista de la orientación heterosexual obligatoria para las mujeres[7].
La distinción y la especificidad de la existencia lesbiana, el cuestionamiento de la heterosexualidad, más allá de la relación sexual, sigue siendo tan necesaria ahora como en 1980, cuando lo formuló Rich. Ha sido necesario distinguir entre homofobia y lesbofobia porque esta última posee unas características específicas que la clasifican como algo con motivaciones distintas y que merece consideración aparte, al incluir la misoginia de la que carece la homofobia[8]. Aunque el término “homosexualidad” no contiene marcas de género y engloba simplemente a personas del mismo sexo, la confusión que provoca el prefijo “homo”, que la ignorancia traduce como “hombre” por su parecido fonético, ha provocado una apropiación del término por parte del homosexual masculino que invisibiliza la presencia lesbiana. Por ello creo necesaria la acuñación de la “lesbofilia” como palabra que englobe específicamente la homosexualidad femenina, sin confusiones que la releguen en la generalidad de la homosexualidad, donde también, una vez más, el androcentrismo prevalece[9].
Lesbianas y feminismo están estrechamente unidos históricamente. Las lesbianas han construido gran parte del entramado teórico y práctico del feminismo, pero quizá no se reconozca debidamente este mérito en el contexto español (exceptuando quizá Cataluña), por sus peculiares características históricas frente al feminismo internacional y su reticencia al reconocimiento de la realidad lesbiana, fruto de cuarenta años de dictadura franquista y de la resistencia a la liberación de la Mujer que viene de muy atrás y de la que ya se lamentaban Concepción Arenal o Emilia Pardo Bazán en el XIX[10]. La evolución del feminismo en España ha tenido que cargar desde sus inicios con el sambenito del retraso, aunque hay que reconocer que ha estado cumpliendo su deuda para con la mujer española con loable empeño y apreciable diligencia, al menos en lo que respecta al ámbito académico. Parece que en este país es imprescindible pasar por la universidad para ser feminista; lejos de los círculos intelectuales, incluso dentro de ellos, el feminismo sigue concibiéndose como algo negativo, raro, violento, del que las mujeres de a pie, y bastantes letradas, huyen como de un estigma. Mucho queda por hacer, desde luego, y entre todas esas tareas pendientes queda, sin duda, un estudio serio y riguroso de la experiencia lesbiana desde todas las disciplinas posibles, un “outing” de las lesbianas españolas que proporcione modelos positivos del hecho lesbiano a las nuevas generaciones. No parece haber mucho interés por parte del feminismo español en llevar a cabo esta tarea. Sucede, al igual que en general con el tema de la homosexualidad, que los/las investigadores/as suelen evitar estos estudios, quizá por temor a una implicación personal, a que se les identifique con el objeto de estudio[11], por lo que somos las propias lesbianas las que no tenemos más remedio que ocuparnos del tema, aun a riesgo de que se nos acuse de subjetividad o militancia política. Y sucede también, bastante a menudo, que la propia investigadora, o escritora, o artista lesbiana, raras veces manifiesta abiertamente su militancia lesbiana (que no su orientación sexual, que pertenece al ámbito de su privacidad, aunque lamentablemente van indisolublemente unidas en la mayoría de los casos), opción de todo punto respetable, pero que contribuye de alguna forma a la invisibilidad desesperante del colectivo lesbiano.
No pretendo historiar a las lesbianas, sino más bien reflexionar sobre cómo sería posible hacerlo ante un sujeto que se resiste incluso a ser definido. Resulta ya de urgente necesidad delimitar un objeto y un sujeto de estudio que está totalmente huérfano en nuestro país. Trato de reflexionar sobre el hecho lesbiano y las connotaciones que el uso de esta palabra supone a la hora de buscar referentes que nos amparen a la hora de contribuir a la cultura con nuestra, llamémosla “subcultura”, y esbozar un modesto recorrido por las posibles fuentes a tener en cuenta a la hora de buscar la presencia lesbiana. Me centro en el siglo XX y más concretamente, en los años de la II República, cuando despierta una cierta conciencia del hecho lesbiano; sigue un paréntesis, espacio en blanco obligado con el franquismo, y se retoma el hilo histórico a partir de la Transición democrática, que es cuando se empieza a hacer visible la presencia lesbiana en dos frentes que no son necesariamente opuestos, pero que no siempre coinciden, el feminista y el homosexual.
Hasta que punto puede ser riguroso este acercamiento histórico no me corresponde a mí el juzgarlo, pero mi postura se resume en dejar claro, al menos, que para hablar de las lesbianas son tan necesarias una revolución metodológica[12] como una revisión de la categoría sujeto[13] .
DEFINICIÓN DE UN SUJETO EN NEBULOSA
Resulta complicado definir un sujeto histórico cuando éste ni siquiera se define correctamente en la lexicografía. Calero advierte de que los diccionarios más utilizados (DRAE, DUE, DEA, CLAVE, DSLE, DIPELE), los términos con los que se designa la homosexualidad y la heterosexualidad, a los homosexuales y a las lesbianas son voces especialmente susceptibles de ser objeto de censura, dada su estrecha relación con el tabú lingüístico. La ideología que subyace en ellos es “la óptica del español católico o la perspectiva del varón de buenas costumbres, donde se encuentra lo moralmente sancionado, por lo que lexicógrafos y lexicógrafas tienden a dejarse llevar por sus opiniones acerca de comportamientos distintos a los heterosexuales”.
Las lesbianas no salimos, una vez más, muy bien paradas en cuanto a representatividad. En primer lugar, por la asimetría numérica en los vocablos: 47 entradas para el varón homosexual, sólo 4 para la mujer homosexual (lesbiana, bollera, marimacho y tortillera, tres de ellos despectivos). Para Calero, este desequilibrio designativo “es un reflejo del desequilibrio social que existe entre ambos colectivos y, en última instancia, es resultado de la desigualdad entre mujeres y varones en nuestra comunidad hablante”. No deja de recordarnos que “pertenecemos a una cultura androcéntrica, que no deja espacio a las mujeres y ningunea sus experiencias, sensaciones, sentimientos, inclinaciones, etc.” por lo que “ el resultado final es no solo que apenas existe verbalmente la sexualidad femenina, sino que el lesbianismo –que no preocupa a una sociedad que vive bajo una mirada heterosexual masculina- está casi ausente del léxico”.
La definición más curiosa e inexacta es la de DIPELE: “Mujer que se siente atraída sexualmente por otras mujeres; mujer que tiene movimientos y actitudes que se consideran propios de los hombres”. Aunque sí recoge la realidad de la relación sexual, equipara lesbiana a mujer varonil u hombruna (machorra o marimacho, como se dice vulgarmente desde hace décadas, aunque el diccionario se obstine en no reflejarlo), por lo que descarta de la definición a todas las lesbianas que se consideran andróginas o femeninas.
Más allá de la simple definición del diccionario, está la propia etimología de la palabra lesbianismo y sus más usuales sinónimos cultos como safismo o tribadismo. Todas ellas nos remiten a la cultura griega y, por lo tanto, a la occidental. Difícilmente pueden sentirse identificadas con estos términos las mujeres que tengan relaciones amorosas o sexuales con otras mujeres y que pertenezcan a otras culturas como la islámica, la asiática, la africana o la polinesia, por poner unos ejemplos. De lo que se deriva que, los tímidos intentos por historiar las manifestaciones lesbianas se circunscriben a la cultura occidental y una vez más, se cae en la normativización de nuestra cultura y se obvian y marginan otras manifestaciones culturales
Ahondando un poco más en la legitimidad de la palabra lesbiana, si ésta se define solo en base a sus preferencias sexuales ¿es la mujer lesbiana entonces merecedora de una investigación histórica seria o merece una atención limitada, como curiosidad sociológica o antropológica, del mismo modo que merecerían esta atención los hábitos sexuales de un grupo de población en d
Para Laura Nottingham no hay duda de que “el término preferencia sexual impide de forma deliberada una comprensión global de lo que son las lesbianas y el lesbianismo al relegar nuestra historia y nuestros cuerpos al limitado espacio de la relación sexual”. Ya que la relación sexual lesbiana va más allá de un contacto físico, es un acto trasgresor de la heterosexualidad impuesta políticamente, ser lesbiana no deja, por tanto, de ser revolución, lo quieran o no las que lo practiquen.
Pero todos estos planteamientos politizadores del lesbianismo son muy recientes, nos llegan desde Estados Unidos y tienen como punto de partida el histórico artículo de Adrianne Rich, «Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana», publicado en 1980, que “postula explícitamente que el lesbianismo es una cuestión de identificación genérico sexual”. El lesbianismo militante de finales del siglo XX es el que dota al lesbianismo de carga política y de sentido de pertenencia a un grupo que sigue un programa beneficioso para el feminismo. ¿Qué sucede entonces con las lesbianas que a lo largo de la historia o en la actualidad no se sienten identificadas con lo político, ni siquiera con el feminismo? ¿No tienen entonces cabida en la historia? ¿O solo lo tienen para refutar o negar las tesis que defienden el lesbianismo como trasgresión al patriarcado o a la heterosexualidad obligatoria?
¿Podemos hablar entonces de un pasado lesbiano, de una historia lesbiana con un sujeto específico? ¿Qué requisitos ha de tener dicho sujeto? ¿Practicar relaciones sexuales y/o amorosas añadiéndolo a la lucha por las mujeres? ¿O acaso simplemente la práctica sexual ya convierte al sujeto lesbiano en político, en social (o asocial), tenga la ideología que tenga?
¿De qué lesbianas hablamos cuándo hacemos esta historia? ¿De las muchachas que educaba o amaba Safo (un lesbianismo que todavía no parece estar muy claro para la comunidad académica)? ¿De las mujeres romanas que acudían a los baños específicos para mujeres homosexuales, según Plutarco? ¿De las mujeres que se casaban entre sí de forma reglamentada en la Antigüedad, según Boswell? ¿De las amazonas, de las que no existe evidencia histórica? ¿De las safistas de María Antonieta? ¿De las “anormales” que describió Havelock Ellis?
Más aún ¿eran verdaderamente lesbianas todas las mujeres que la cultura lesbiana admira como iconos? ¿Eran verdaderamente lesbianas Virginia Woolf y Vita Sackville-West, o Mary Wollstonecraft y Fanny Blod o eran bisexuales, puesto que se casaron (y presupongo que practicarían relaciones sexuales que no siempre tenían que ser obligatorias o desagradables para ellas)? La mayoría de las consideradas lesbianas a lo largo de la historia han escapado a la invisibilidad histórica gracias a que se travistieron de hombres. Pero ¿sabemos con seguridad si todas eran lesbianas, o simplemente trasgresoras de la norma social (como George Sand o Concepción Arenal), o transexuales?
La transexualidad masculina es uno de los aspectos ignorados en la categorización automática de lesbianas a lo largo de la historia a las mujeres que visten de hombre o tienen comportamientos masculinos y no digamos ya la posibilidad de la transgeneridad, un concepto totalmente innovador y que se está reivindicando desde los lindes del pensamiento queer. Póngase por caso, el de Radcliffe Hall que propone el modelo de lesbiana como de «una persona nacida con un alma y una mente de varón atrapadas en un cuerpo de mujer» [...] «será escurrida y musculada, gozará de una excelente coordinación física y destacará por su habilidad para la argumentación racional». La famosa autora de El pozo de la soledad, se apodaba entre sus amistades como John y se vestía y comportaba también como un hombre. Me resulta curioso que nadie haya tenido en cuenta la posibilidad de que fuera transexual, en lugar de lesbiana. Más todavía cuando existe la posibilidad de ser transexual femenina y ser lesbiana, y no aceptar en tal caso ser denominada “mujer”, como en el caso de Fabiana Tron.
El género, como ya sabemos, es social, mientras el sexo es biológico. Los comportamientos asociados al género, el constructo social que conforma nuestra identidad de género (comportamientos, juegos o formas de vestir que se consideran de hombres o de mujeres), pueden variar a lo largo de nuestra vida. La identidad sexual (sentimiento de pertenencia a un sexo u otro) y la orientación sexual (atracción física hacia una persona por razón de su sexo) son dos conceptos distintos, no excluyentes entre sí, por lo que el/la transexual puede ser homosexual, heterosexual, bisexual o asexual. La orientación sexual, que es lo que nos define o no como lesbianas en base a la atracción que sentimos hacia otras mujeres, no es innata, ni inmutable, al igual que el género, puede también cambiar a lo largo de nuestra vida. Basándome en mi propia experiencia y sintiéndome siempre perteneciente al género mujer, he vivido y sentido distintos modos de orientación sexual: he sido heterosexual, bisexual y homosexual. No se puede obviar que la homosexualidad o la heterosexualidad se aprenden (homosexualidad situacional, por ejemplo) o se adoptan voluntariamente en gran parte de individuos, mucho más frecuentemente entre las lesbianas feministas.
¿No resulta pues muy arriesgado hablar de la lesbiana como sujeto histórico que presupone una unidad y una continuidad en la identidad personal? ¿Cómo podemos saber a ciencia cierta si esas lesbianas de las que la comunidad cultural lesbiana se apropia eran realmente lesbianas o estaban pasando por una fase de orientación lesbiana en el momento en que se registraron las pruebas (cartas, documentos, declaraciones...) que se esgrimen para esa apropiación? El mismo derecho tendrían, en tal caso, de llamarlas heterosexuales los investigadores que lo consideraran pertinente.
Igual que se conoce el grupo de las safistas de Maria Antonieta y sus probables relaciones lésbicas, se conocen también sus numerosos amantes masculinos. Otro tanto sucede con las “lesbianas” ya mencionadas, como la Wolf, o la Wolnstonecraft, o la más reciente, Frida Kahlo, icono lésbico en mi opinión erróneo, puesto que está suficientemente probado que fue bisexual. La propia Djuna Barnes, que vivió una intensa relación con Thelma Wood, negó su lesbianismo en una declaración al final de su vida, al mismo tiempo que reconocía su amor por Wood, en protesta por la utilización de las identidades lesbianas.[25]
Parecidas preguntas se hizo Suárez Briones en 1997, cuando intentaba establecer un punto de referencia para la teoría [literaria] lesbiana en nuestro país.[26]
En mi modesta opinión, no estamos hablando en estos casos de “Historia de las lesbianas”, sino, como mucho, de “historia de las relaciones lésbicas”, lo que no implica un sujeto, sino determinadas prácticas.
Sólo podemos hablar de Historia de las lesbianas cuando nos respalde la propia autoafirmación de las mujeres que son lesbianas y estas mujeres hagan de ello no sólo la constatación de su preferencia sexual, sino su reivindicación personal y vital.
Hay mujeres que aman a mujeres y no quieren llamarse lesbianas. En gran parte de las Américas, tanto de tradición hispana como anglófona, hay muchas mujeres que prefieren auto-referenciarse como gays. Esto tiene su importancia porque difícilmente alguien puede adscribirse a un movimiento de vindicación si no se siente identificada con su etiqueta[27].
Son las propias lesbianas las que tienen que escribir su historia o autorizar (con sus actos de visibilidad o sus palabras) a quien lo haga y ello no es posible más que a partir del siglo XX, que es cuando se empiezan a reunir pruebas históricas y cuando la sexualidad escapa de los límites de la privacidad para esgrimirse como revolución social dentro de los movimientos gay lésbicos o feministas. “No hace falta ser lesbiana para hacer un estudio sobre lesbianas, pero ayuda mucho para no decir tonterías”, dijo Raquel Platero recientemente en las 1as Jornadas Lésbicas de la FELGT[28]. No quiero decir con ello que los estudios lesbianos sean exclusividad de las lesbianas, pero sí que deben partir de un conocimiento serio sobre el hecho lésbico y sus múltiples manifestaciones.
El problema de las fuentes
Ya conocemos por las vicisitudes de la historia de género que las fuentes que hablan de las mujeres se han ignorado o alterado y que la principal tarea del feminismo ha sido rescatar las mujeres del olvido e interpretar la experiencia de las mujeres dentro del contexto de la sociedad de su tiempo. Pero, aunque escasas, ha habido fuentes a las que recurrir, las que han escapado a la destrucción, las que han rescatado y releído de nuevo las investigadoras, descartadas anteriormente por la mirada del historiador masculino (o historiadora con mirada masculina). Papeles personales, cartas, dietarios, libros de cuentas domésticas, colecciones de fotografías, diarios íntimos, memorias y autobiografías, archivos policiales... revelan diferentes vertientes de la experiencia histórica femenina. En el caso de las lesbianas el problema de las fuentes convierte en un callejón sin salida. Las lesbianas no suelen dejar documentos acerca de sus vidas que incluyan detalles sobre su lesbianismo (o muy pocas lo han hecho). Muchas veces, los propios familiares o biógrafos, han sancionado documentos por considerar vergonzosos los afectos hacia otras mujeres o los han “maquillado” a conciencia, con lo que han convertido las vidas de algunas lesbianas en vidas heterosexuales “normales”. Otras, son las propias autoras, lesbianas o bisexuales, las que se censuran a sí mismas, como Virginia Woolf[29].
Si la historia se escribe a partir de que ha existido y existe y depende de la existencia y exactitud de los documentos que tratan ello, así como de su interpretación, y si asumimos que la historia que conocemos es una narración de la supremacía masculina “¿cómo esperar que la evidencia documental de la que se ha dejado constancia otorgara una información lesbiana que pudiera corresponderse o reflejar la experiencia lesbiana desde un punto de vista teórico?”[30].
Otra dificultad añadida ha sido que para el caso del lesbianismo, la falta histórica de espacios para publicar, archivar y centralizar documentos convierte a su tradición en oral y siempre parece que las lesbianas empiezan de cero, cuando en realidad hay muchas otras “madres lesbianas” que han transitado sus mismos caminos. También, hay que decir que las lesbianas han permitido a lo largo de la historia que sean los hombres heterosexuales los que hablen de ellas y eso no arroja una documentación muy fidedigna que digamos o que sirva de referente para el discurso lesbiano,[31] aunque pueda ser, al menos, un punto de partida para una investigación que lo cuestione.
Por muy desalentador que resulte, dada la escasez de referentes lésbicos positivos en nuestro país, no hay en la actualidad, evidencias concluyentes de una historia de las lesbianas, al menos en España. Hay, eso sí, retazos, fragmentos en espera de sistematización, hipótesis que precisan comprobación. Hay, desde luego, la esperanza de cambiar ese estado de cosas en las nuevas generaciones de lesbianas que han accedido a la formación en un estado ya democrático que se abre poco a poco ante el hecho insoslayable de la realidad lesbiana
Haría falta un trabajo similar al de Luz Sanfeliú, ubicado en nuestro país, puesto que las fuentes en las que se apoya no son precisamente nacionales.
Concluyo pues, en que no se puede hablar de una historia de las lesbianas sino de experiencias lésbicas aisladas, hasta bien avanzada la mitad del siglo XX, cuando las lesbianas empiezan a construir su propio discurso y que ésta se limita, por ahora, siempre al feminismo lesbiano, que la reviste de autenticidad y autoridad académica y que la documenta y archiva, ampliando el concepto de lesbiana al de relaciones políticas y sociales entre mujeres, además de sexuales. La lesbiana debe definirse, en mi opinión, no sólo como la mujer que practica relaciones sexuales o mantiene vínculos afectivos eróticos con otras mujeres, sino que además se autodefina como tal y defienda su postura frente a otras definiciones.
También en que, para la construcción de un sujeto lesbiano hay que revisar la noción de una identidad fija puesto que, según Mary Nash, cuestionar desde los estudios de género la noción de una categoría de mujer homogénea, poner la pluralidad de este colectivo y constatar las diferencias de clase, raza, edad, ubicación territorial, formación cultural y preferencia sexual, allana el camino a la hora de definir el sujeto lesbiano (a la vez que lo complica por lo extremadamente complejo de su diversidad) y permite no caer en presupuestos universalistas acerca de la experiencia lesbiana[32].
Una cuestión a tener en cuenta en la difusión y recopilación de documentos sobre el lesbianismo es Internet.[33]. Obviando los portales que siguen difundiendo (y exaltando) los estereotipos tradicionales que contribuyen a las desigualdades de género, el ciberfeminismo es una herramienta poderosa a la hora de reivindicar y difundir la liberación de las mujeres. Desde las simples páginas que facilitan las relaciones interpersonales, hasta las más ambiciosas que contienen un programa teórico y una línea de acción feminista, la red ha proporcionado a las lesbianas un espacio en el que poder expresarse sin temor a ser identificadas, pero reviste todas las dificultades que implica el no asumirse como sujeto lesbiano. Numerosas páginas virtuales, tanto feministas como del movimiento lésbico homosexual, se esfuerzan en difundir las manifestaciones, reivindicaciones y experiencias del mundo lesbiano. Hasta qué punto pueden ser fiables estas fuentes tampoco me corresponde a mí juzgarlo, queda en el criterio personal de cada investigadora calibrarlo.
La lesbofilia como asignatura pendiente en el siglo XX
A principios del siglo XX continúa persistiendo la imagen patológica, con trazos esencialistas en cuanto a su aspecto, que se difundió durante el XIX y que cambió la percepción de la homosexualidad como pecado o delito a enfermedad involuntaria de los “afectados” y “afectadas”. Así que, a finales del XIX, la medicina occidental, bajo la denominación de tríbadas, describía a las mujeres masculinizadas como poseedoras de un clítoris más grande de lo normal. Los investigadores de estos estudios, pese a su diligencia en el caso de los hombres, se basaron en la literatura a la hora de caracterizar a las mujeres homosexuales, quién sabe por qué oscuros motivos [34]. Persisten pues los estereotipos sobre la masculinidad de las mujeres lesbianas, ya que son las únicas descritas y por lo tanto, las que existen para la Historia.
Fragmentada y dispersa, la presencia de las lesbianas en la España del último siglo se deja ver en algunos documentos de prensa y en trabajos de investigación elaborados desde los colectivos feministas o del movimiento LGTB[35].
Recién estrenado el siglo XX, en 1901, encontramos noticia del primer matrimonio entre lesbianas en España[36]. El suceso tuvo lugar en Dumbría, Galicia, cuando dos maestras de la localidad, una de ella travestida de hombre, contrajeron matrimonio en la parroquia de San Jorge en A Coruña un 8 de junio de 1901. Lograron engañar al mismo sacerdote que las casó, pero una vez descubierto el engaño tuvieron que huir del país rumbo a América. El colectivo LGTB Milhomes, que investigó el caso, ha instituido un galardón en su honor que lleva el significativo nombre de Premio Homosexual Parroquial San Jorge, en referencia al centro eclesiástico que acoge en su registro aquella boda sin hombre de hace más de un siglo.
Noticia apenas conocida es que, al igual que en el París de primeros de siglo, hubo en Madrid un Círculo Sáfico, liderado por la escenógrafa Victorina Durán y que frecuentaron mujeres señeras de la cultura feminista republicana, como Victoria Kent o la actriz Margarita Xirgú. La experiencia de la Durán “dice mucho de la renovación llevada a cabo en las costumbres, los comportamientos y el erotismo de la España pre-republicana y pre-democrática, aunque estas conductas ocurriesen en el ámbito privado o quedasen veladas a la sombra del espacio público”. Si el verbo «entender» es el eufemismo actual para reconocer la identidad homosexual, en aquel tiempo «ser así» servía a los mismos fines y con Así es tituló Victorina uno de sus manuscritos donde relata en forma de ficciones las experiencias lésbicas que marcaron su vida adulta. Es a su vez vehículo para “criticar la doble moral de un sistema patriarcalista que denostaba la emancipación profesional de la mujer fuera de las cadenas del hogar, pero no consideraba dañinos para la integridad de la unidad familiar, la moral, e incluso el buen tono social, al ejército de queridas confortablemente alojadas en sus meublés.
Por la misma época, destacan los esfuerzos de Carmen de Burgos, que, en un clima de reivindicación de los derechos de las mujeres, refleja en sus novelas la pluralidad sexual, dedicando su atención al sector trasgresor de las lesbianas, abordando “sin reservas en sus obras la vida sexual de un colectivo sexualmente alternativo” y favoreciendo “el descubrimiento literario de la homosexualidad femenina en España. El lesbianismo ignorado y rechazado por la sociedad española se había convertido en un secreto de alcoba, Carmen Burgos lo rescata del olvido, siendo sus libros un hito aislado en un mundo reprimido, constreñido y sexualmente uniforme”[37]. Colombine está al día respecto a los aires de renovación que se respiran en las décadas de 1920 y 1930 en Europa, donde otras figuras imprescindibles del lesbianismo son de obligada referencia, como Virginia Wolf, Vita Sackville-West, Radcliffe Hall, la pionera en escribir una novela abiertamente lesbiana.
Mira nos rescata la figura de la poeta Ana María Martínez Sagi (1907-2000), resucitada del olvido gracias a la pluma de Juan Manuel Prada en su «biografía detectivesca» Las esquinas del aire. En busca de Ana María Martínez Sagi, del año 2000. El gran amor de su vida fue Elisabeth Mulder (Barcelona, 1904-1987), también escritora, con la que sostuvo una breve pero intensa relación. Ana María se une a la columna Durruti durante
Elisabeth no se define políticamente, lo que le facilita las cosas tras la contienda, alcanzando cierto prestigio como novelista durante el franquismo.
Otra figura feminista rescatable para las lesbianas es Lucía Sánchez Saornil, (Madrid 1895, Valencia 1970), que participó del movimiento ultraísta desde sus comienzos en 1918, publicando poemas vanguardistas en varias revistas de la época. Fue también pionera de una cierta exhibición del deseo homosexual femenino en poesía, pero usó para hacerlo un pseudónimo masculino, Luciano de San-Saor. En la revista valenciana Umbral, en 1937, conoce a América Barroso, su compañera de toda la vida.
Un acontecimiento cultural digno de reseñar de estos años (nuevamente por Mira), es el estreno de La prisionera, de Edouard Bourdet, en 1929. Aunque fue una obra que representaba a la lesbiana de forma sensacionalista como una amenaza (cuenta la historia de Irene, joven de buena familia seducida por una peligrosa lesbiana, Madame D’Aiguines), y es tremendamente misógina y homofóbica, “el planteamiento del instinto lésbico como algo superior a las fuerzas de la heterosexualidad resulta interesante y sin duda pudo tener un profundo sentido para muchas lesbianas que rara vez se habían visto en los escenarios”[38].
Ese mismo año, como polo contraestereotípico a la obra de Bourdet, en la sala de teatro experimental Caracol[1], del productor teatral Cipriano Rivas Cherif, cuñado del presidente Manuel Azaña y gran amigo de Lorca, se estrena la obra Un sueño de la razón, “obra de tema extremadamente atrevido para la época, la homosexualidad femenina”[2]. La obra, cuyo título alude al cuadro de Goya, además, parte de un planteamiento totalmente trasgresor desde el punto de vista de género, utilizando al hombre como objeto sexual y meramente reproductor: Livia, una mujer rica y Blanca, pintora, son una pareja que contrata a un Príncipe arruinado para que haga de modelo de desnudo de Blanca. Livia “se lo compra” a Blanca como marido y más tarde, ante la imposibilidad de ésta de quedarse embarazada, es ella misma quien lo seduce hasta conseguir el embarazo. Una vez que tienen el bebé (el “monstruo” de la razón), el príncipe descubre que ha sido utilizado y se suicida en el mar. “Entonces… ¿el futuro es nuestro?”, acaba Blanca la obra[3].
Ello nos confirma que el período de la República fue bastante fructífero en discurso sobre diversidad sexual y al menos despuntó tímidamente el primer esbozo de visibilidad lesbiana.
Este aparente despegue de la cuestión lesbiana, apenas iniciado durante el período republicano, se interrumpe en España con el estallido de la Guerra Civil y las cuatro décadas del franquismo, para nada favorecedor de semejantes discursos y manifestaciones, insistentemente obsesivo en la consagración del matrimonio y la maternidad. Por supuesto que, bajo el régimen dictatorial el lesbianismo es una cuestión que ni siquiera se menciona. Podría pensarse que siendo perseguida y penada la homosexualidad durante este período, sería relativamente fácil encontrar en los archivos policiales pruebas de existencia lesbiana en la práctica punible de la homosexualidad. Una vez más, hay que descartar esta vía de investigación, ya que “conviene puntualizar que estas leyes se aplicaban a la homosexualidad masculina. Las lesbianas, cuya sexualidad no era contemplada fueron ignoradas en la redacción de los supuestos punibles.[39]
El despegue del movimiento gay lésbico se debió, sin duda, a la reforma de la Ley de Vagos y Maleantes en 1954 para incluir a los homosexuales, proxenetas y rufianes que quedó convertida en 1970 en la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social que castigaba con el internamiento en centros de reeducación a homosexuales y prostitutas. Perseguía pues a los sujetos, no las prácticas de actos “peligrosos”.Con esta ley fueron perseguidos, detenidos y juzgados cientos de homosexuales españoles, pero merece la pena reseñar un dato significativo por lo que respecta a las lesbianas: en Madrid, entre 1974 y 1975, fueron juzgados un total de 152 personas por homosexuales y solo dos eran mujeres[40].
Para Mira, con el que estoy totalmente de acuerdo, solo a partir de los 80 se puede hablar de un movimiento organizado de lesbianas en España, aunque “el acometer solidaria y unidireccionalmente las grandes reivindicaciones feministas supone una cierta pérdida de identidad política y sexual para las lesbianas[41]”.
Respondiendo a comportamientos homofóbicos, suceden dos episodios cruciales para el movimiento lésbico en particular, que repercuten en el resto del colectivo homosexual.
El primero de ellos es la Besada. El 23 de octubre de 1986, estando vigente el artículo 431 del Código Penal que condenaba el “escándalo público”, son detenidas en la Puerta del Sol, Arantxa Serrano y Esther Olassolo por darse un beso frente al edificio del gobierno regional. Estuvieron detenidas durante dos días, sin recibir ninguna explicación sobre las causas de su detención por la policía. El suceso provocó una amplia y sólida protesta social liderada por grupos de lesbianas feministas de todo el Estado, alertando de la ley homófoba que podía sufrir cualquier miembro del colectivo homosexual. A partir de entonces suele recordarse el suceso cada 28 de junio, Día del Orgullo Gay, al término de la manifestación, practicándose una “besada” multitudinaria en la Puerta del Sol. El segundo caso, menos espectacular, es la retirada de la custodia de la hija de Monserrat Garrar en beneficio del padre ante la sospecha de su posible lesbianismo[42].
En 1981se forma en Madrid el Colectivo de Feministas Lesbianas, tras la primera reunión celebrada en esta misma ciudad en 1980. Le seguirán en 1982 el Grup de Feministes Lesbianes en Barcelona[43] y en 1983 en Bilbao, el Bizkaiako Lesbiana Feministen Kolektiboa, seguidos de otros grupos formados en Gijón, Santiago de Compostela, Valencia, Granada, etc., de similares características, casi todos ellos escisiones de las lesbianas de los colectivos mixtos homosexuales por no sentirse representadas en ellos. Los motivos que se deducen, a raíz de las ponencias de los numerosos encuentros que se celebran durante estos años[44], son, por una parte la identificación con las luchas feministas, sin la cual no se producirá la liberación de las lesbianas, puesto que, desde el punto de vista radical lesbiano se establece una dicotomía entre hombre homosexual/mujer lesbiana, donde la lesbiana tendrá siempre como su enemigo y opresor al hombre, “sin importar que éste sea un marica o un don Juan”[45]. Por otra parte, la derogación de la Ley de Peligrosidad supuso la desintegración de muchas de las organizaciones activas hasta el momento.
Tampoco dentro del feminismo consiguen las lesbianas un espacio de autonomía propia[46]. El heterosexismo y la lesbofobia interiorizada[47] absorbieron y diluyeron la «especificidad lesbiana» dentro de las pasadas grandes reivindicaciones feministas como el divorcio, el derecho al aborto, el uso de anticonceptivos, la igualdad laboral, etc. La lesbiana quedó así velada en la «realidad mujer» “que a menudo si bien no les era del todo ajena sí les parecía lejana”[48].
COGAM[49], uno de los colectivos más grandes en la historia del activismo homosexual, llegando a alcanzar en algunas épocas casi el medio millar de socios, es el intento de paliar el olvido del colectivo lesbiano dentro del homosexual y el desencuentro entre gays y lesbianas. Se forma en 1986 y en 1998, en su V Congreso, el colectivo adopta una política interna claramente profeminista, donde las lesbianas jugarán un papel muy relevante. Fue de las primeras asociaciones en proponer una junta paritaria entre gays y lesbianas y una presidencia alternada[50].
La FELGT[51] es buena prueba de que el equilibrio pude lograrse entre grupos diferentes con un poco de voluntad. Se puede luchar en frentes comunes, como el de la reivindicación del matrimonio homosexual y la reasignación de cambio de sexo y se pueden seguir iniciativas específicas, como las Jornadas Lésbicas del 2003 y las del 2005. Cabe destacar en la Federación la figura emblemática de su presidenta, Beatriz Gimeno, que ha hecho de su vida personal una bandera reivindicativa de la estabilidad de las parejas lesbianas, a pesar de su timidez, y que trabaja incasablemente desde hace muchos años por la normalización del colectivo lesbiano integrado dentro del movimiento LGTB.
Como figura representativa del lesbianismo activista está asimismo la ya casi mítica Empar Pineda, militante comunista y activista feminista del Colectivo de Lesbianas de Madrid desde su origen. Según Mira, simboliza a «la lesbiana», como portavoz visible de un colectivo de mujeres nacidas en los años cuarenta y cincuenta, cuya tónica general era permanecer en el armario.
Hay, asimismo, un sector importante del feminismo lesbiano o de las lesbianas teóricas del género que no comulga con los movimientos asociativos LGTB. Puede ser tanto por identificarse con la lucha de las mujeres antes que con la de los homosexuales, como por no sentirse representadas, ni siquiera cercanas a este último colectivo. El androcentrismo se filtra y se apropia tanto de lo queer, como del protagonismo en el activismo LGTB. Haciendo un poco de historia, Paloma Fernández Rasines nos recuerda que las mujeres no estaban en Stonewall durante los disturbios de 1969 que dieron lugar a la celebración del Orgullo Gay; tampoco bajo el triángulo rosa de los nazis, uno de los símbolos gays por excelencia (fue el triángulo invertido negro el que designaba a las mujeres acusadas de renegar de sus hijos o tener una sexualidad licenciosa); que fue un militante gay y no una mujer quien propuso la bandera del arco iris que lidera en la actualidad el movimiento LGTB. “Por lo que parece, las mujeres no hemos estado representadas ni por la simbología ni por el curso de los acontecimientos que la memoria gay recuerda como fundamentales”.[52]
En mi opinión, es en el orden de nuestras prioridades donde reside el quid de la cuestión. Si nos consideramos mujeres antes que lesbianas, comulgaremos más con el movimiento feminista que con el LGTB. Si nos sentimos lesbianas antes que mujeres, priorizaremos la lucha por la homosexualidad, antes que las de nuestras reivindicaciones feministas. Si nos es indiferente el orden, intentaremos mantener un equilibrio entre ambas, algo que no resulta del todo imposible dentro del activismo LGTB, según me dicta mi propia experiencia.
Lo que no podemos continuar las lesbianas es la perpetuación de nuestro silencio. Conseguir nuestros derechos, normalizar nuestra vida frente al heterosexismo sólo tiene un camino: la visibilidad. No podemos seguir consintiendo que otros hablen por nosotras porque en tal caso “alguien que no nosotras va a estar pintando nuestro retrato con unos colores que tal vez no son los nuestros”[53]. La invisibilidad lesbiana en España no sólo nos enfrenta a un agujero negro de la historia de la mujeres, sino que la negativa a reconocer una opción amorosa y sexual “implica la ausencia total de posibles modelos para el reconocimiento y el desarrollo”[54]de futuras generaciones.
Opino que es pertinente, entonces, intentar fomentar la lesbofilia, el estudio y la investigación histórica de las lesbianas para proporcionar al colectivo lésbico español un conjunto de referencias que posibiliten la creación y pervivencia de una subcultura lesbiana con el objetivo de normalizar las distintas opciones de orientación sexual y alcanzar un verdadero clima de libertades que garantice los derechos sociales, políticos y culturales de las lesbianas. Que se sepa y se reconozca abiertamente que hubo muchas españolas políticas, artistas, deportistas, escritoras, periodistas, actrices... lesbianas.
Conclusiones precipitadas
La historia del feminismo lesbiano en Estados Unidos puede sernos de gran utilidad a la hora de buscar un modelo representativo. Allí no sólo se desarrolló un discurso teórico y un foro de debate sobre el lesbianismo, sino que este discurso traspasó las fronteras de la especificidad lesbiana y sirvió para el discurso feminista de todas las mujeres. Con todas las diferencias que conlleva nuestra situación y nuestra peculiaridad latina, muchos de sus presupuestos y metodología nos pueden ser de gran ayuda en nuestra búsqueda de identidad. Contamos con una ventaja, que el tiempo se ha encargado de poner de manifiesto sus fallos para no caer en ellos, y una desventaja, que todo está escrito en inglés y lo poco que ha traducido al español en su mayor parte lo fue en las últimas décadas del siglo XX, por lo que es imposible encontrarlo en el mercado y hay que recurrir a las bibliotecas y centros de la Mujer. Así que también hay que hacer un ingente trabajo de traducción o, en su defecto, esperar pacientemente a que las investigadoras que dominan el inglés asimilen los textos y teoricen sobre ellos. A no ser, claro está, que el colectivo lésbico español elabore su propio discurso teórico sin referencias anteriores, lo cual me parece bastante utópico (y poco práctico).
Las nuevas generaciones de lesbianas, las jóvenes que ahora tienen veinte años, se han educado en la democracia y en la libertad de costumbres. No se resigan fácilmente a esconderse y a sentirse discriminadas. Caminan orgullosas por la calle, cogidas de la mano con su pareja, se besan en el autobús, desafían la autoridad patriarcal/heterosexista cuando presentan a su novia en casa, en lugar de a su novio. Contemplarán, seguramente, la posibilidad de contraer matrimonio con la mujer que elijan.
Hoy en día pueden hacer todo esto gracias a la resistencia y a la lucha de muchas lesbianas de generaciones anteriores. Estas nuevas generaciones se merecen una historia a la que acudir, una literatura que leer, un arte que disfrutar, unos referentes positivos, en suma, que les den seguridad y aplomo, fuerza para no dejarse aplastar nunca más. La Historia nos enseña que las evoluciones son a veces cíclicas: lo que era perfectamente normal en la Grecia antigua se convirtió en un pecado en la Edad Media, volvió a contemplarse con tolerancia en el Renacimiento y nuevamente se persiguió como un delito después de la Revolución Industrial.
Vivimos tiempos peculiares. Por una parte disfrutamos de libertades jamás soñadas, por otra se vive la peor de las discriminaciones por razón de sexo o etnia en algunos lugares del planeta. Estamos dando un peligroso giro a la intolerancia y a la xenofobia con el problema con el Islam generado tras las guerras de Afganistán e Irak y el conflicto irresuelto de Palestina. El terrorismo internacional nos amenaza, convierte nuestro miedo en cuestión cotidiana. Y, al mismo tiempo, está surgiendo en los países occidentales el viejo debate de la homosexualidad ante el discurso homófobo de Bush o Aznar. Los/las homosexuales (porque nosotras, las lesbianas estricta y lingüísticamente hablando somos homosexuales) hemos conseguido el derecho a contraer matrimonio y a tener una familia. Lo queramos o no, los países avanzados democráticamente tenemos la responsabilidad de ser la vanguardia de las libertades civiles, poseemos el poder de crear opinión y precedentes.
Considero que España es un país avanzado, moderno, democrático, rico en cultura y arte, que disfruta desde hace unos años de una cierta holgura económica. Pero siguen apareciendo en los noticieros todos los días casos de mujeres maltratadas y asesinadas por su pareja, casos de lesbofobia (como el reciente de Dolores Vázquez, condenada social y mediáticamente por ser lesbiana antes que por ser la verdadera autora del asesinato de Rocío Baninkoff, o el de Encarna Sánchez, denigrada en los medios de comunicación de la prensa rosa, tras un “outing” post-mortem irrespetuoso y cruel). Muchas de esas mujeres maltratadas es posible que sean lesbianas. Miles de lesbianas viven en pareja y educan a sus hijos, propios o de parejas anteriores, con las garantías que cualquier pareja heterosexual disfruta. Al mismo tiempo, asistimos (con una tolerante sonrisa) a una cierta banalización del hecho lésbico en aquellas figuras mediáticas de la televisión (Raquel y Noemí de Gran Hermano o el personaje de Diana, interpretado por Anabel Alonso en 7 Vidas, por poner unos ejemplos), que con todas las reservas sobre su idoneidad, no dejan de reflejar una cierta normalización de las relaciones lesbianas.
Es cierto que las lesbianas luchamos en dos frentes que a veces pueden ser diferentes, el de nuestras reivindicaciones como mujeres y el de nuestras reivindicaciones como lesbianas, pero para mí no están enfrentados, son complementarios. Mi lucha como mujer se hace más completa con mi lucha como lesbiana. Cada mujer golpeada y asesinada es mi hermana, cada lesbiana discriminada y silenciada es mi hermana. Ser lesbiana y ser mujer es una unidad que me ha hecho más fuerte. Las lesbianas tienen mucho que enseñar al resto de las mujeres y para ello primero debemos sentirnos orgullosas de serlo y no escondernos como ratas o como cómodas víctimas, esperando que “alguien” tome la iniciativa por nosotras. Toda lesbiana lleva tras de sí una historia de sometimiento, un cúmulo de aspiraciones frustradas que pueden servir al total de la población de las mujeres.
Quitémonos pues el velo y mostremos nuestro rostro a nuestras hijas e hijos para que no nos escondan nunca más, para que la Historia futura nos muestre como lo que en verdad somos: otras sujetos más que piensan y actúan.
Mis conclusiones son, así, precipitadas. Apenas un esbozo, una mirada superficial a todo lo que está ahí debajo, esperando que alguien lo destape, esperando hacerse público. Un trabajo arduo queda por hacer para descubrir la literatura lesbiana, la pintura lesbiana, la música lesbiana, la filosofía lesbiana, la política lesbiana, el cine lesbiano...
Un trabajo que espero haber demostrado que no parte de cero. Hay unos cuantos hilos que esperan ser extraídos del dobladillo de la Historia para, una vez más, cambiarla y hacerla más acorde con la verdad.
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[1] Mª Dolores Ramos, citando a Dolores Juliano en «Historia de las mujeres, saber de las mujeres: la interpretación de las fuentes» en Helena Establier (coord..), Feminismo y mutidisciplinariedad, Feminismo/s,1, Alicante, Centro de Estudios sobre la Mujer, Universidad de Alicante, 2003, p.19.
[2] Margarita Pisano, «Lesbianismo: ¿Transgresión del mandato histórico o diversidad para discriminadas útiles?», leído el 21/5/2004 en www.relatoslesbicos.homestead.com/Lesbianismotransgresion.html.
[3]Adrianne Rich, «Mujeres y honor: algunas notas sobre el mentir» en Sobre mentiras, secretos y silencios, Barcelona, Icaria, 1983, pp.227-228.
[4]Pisano, op.,cit., p.2.
[5] Laura Cottingham (1996), «Notes on lesbian» en Helena Reckitt y Peggy Phelan, Art and feminism, Phaidon, 2000, traducción de Mª José Belbel Bullejos. (Leído el 3/5/2004 en http://www.sindominio.net/karakola/retoricas/cottingham2.htm). Forma parte de su colección de ensayos, Seeing Through the Seventies. Essays on Feminism and Art, Londres – Nueva York, Routledge, 2002.
[6] Adrienne Rich, «El significado de nuestro amor por las mujeres es algo que debemos expandir constantemente (1977), op., cit., p.271.
[7] Adrienne Rich, «Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana», DUODA, Revista d’Estudis Feministas, Nº 10, 1996.
[8] De obligada referencia resulta para aclaración de conceptos el excelente trabajo de Alberto Mira, Para entendernos. Diccionario de cultura homosexual, gay y lésbica, Barcelona, Ediciones de la Tempestad, 2002 (2ª edición revisada y ampliada). En esta obra ya nos avisa desde sus primeras líneas de que “la palabra homosexualidad es una aberración etimológica. Formada por dos raíces, la primera procedente del griego, homo, que signifca «lo mismo», «igual»; la otra procede del latín, sexo. Extraño compuesto que ni siquiera equivale exactamente a la suma de sus partes.” Para los términos homofobia y lesbofobia, pp. 388-389 y 461-462.
[9] Luz Sanfeliú se acoge al término “homoerotismo femenino”, en su trabajo Juego de damas. Aproximación histórica al homoerotismo femenino, Málaga, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Málaga, 1996, quizá también para evitar usar la palabra homosexualidad.
[10] “Y es que en España me acomete, respecto a esta cuestión, algo como de pereza y fatalismo. ¡Vivimos, particularmente en esto, tan atrasados! ¡Sería tan dificultoso romper nuestra costra de incultura, modificar nuestro criterio, propiamente musulmán en cuanto ser refiere a la mujer! Y al mismo tiempo, ¡por ahí fuera van las cosas tan de prisa!”, así se expresaba doña Emilia en 1901, en sus artículos de La ilustración Artística. Emilia Pardo Bazán, La mujer española y otros escritos, Madrid, Cátedra/Universitat de Valencia/ Instituto de la Mujer, 1999, p.258.
[11] Mira, «Introducción», op., cit., p. 24.
[12] [...] definir un lugar de enunciación en términos femeninos implica producir modificaciones estructurales profundas en el concepto mismo de la subjetividad humana, implica, por tanto, provocar una verdadera revolución epistemológica. Una revolución epistemológica que comportará necesariamente una revolución en los métodos para escribir historia. María Milagros Rivera, «Una aproximación a la metodología de la historia de las mujeres» en Bárbara Ozieblo (Ed.), Conceptos y metodología en los estudios sobre la mujer, Málaga, Universidad de Málaga, 1993, p.18.
[13] “Parece claro que la historiografía de este fin de siglo tiene que confrontar los retos de escribir narrativas históricas que reconozcan la diversidad de sujetos históricos y se proponga nuevas formas de hacer historia”. Mary Nash, , «Los nuevos sujetos históricos: perspectivas de fin de siglo. Género, identidades y nuevos sujetos históricos» en M. Cruz Romero e Ismael Saz (Eds.), El siglo XX. Historiografía e historia, Valencia, PVV, 2002, p. 100.
[14] Mª Ángeles Calero Fernández,«Homosexualidad y heterosexualidad en los diccionarios: ¿Tabú lingüístico o cuestión de género?» en Ana Mª Vigara Tauste y Rosa Mª Jiménez Catalán (Eds.), Género, sexo, discurso, Madrid, Ediciones del Laberinto, 2002, pp. 52-90.
[15] DRAE: Diccionario de la Real Academia Española, DUE: Diccionario del Uso del Español de María Moliner, DEA: Diccionario del Español Actual, de Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos, DSLE: Diccionario Salamanca de la Lengua Española, DIPELE: Vox-Diccionario para la Enseñanza de la Lengua Española.
[16] Lesbiana, que proviene de Lesbos, la isla donde Safo cantó el amor entre mujeres; tortillera, que procede de la tradición femenina de elaborar las tortillas, más en América Latina que en España; marimacho: despectivo que designa a las lesbianas o mujeres hombrunas; bollera, de boyera, palabra que en masculino designa al zagal que pastorea los bueyes, un oficio reservado a los hombres, por lo que en femenino designa a una zagala que no actúa de acuerdo a las labores propias de su género. Curiosamente, en la zona caribeña, donde no se usa apenas este término “bollo” significa vulva, por su aspecto abultado y goloso. Paloma Fernández Rasines, , «Lesbianas en el mercado: homoerotismo y mujeres en las pequeñas pantallas», comunicación en IX Congreso de la Federación de Asociaciones de Antropología del Estado Español FAAEE, Barcelona,4-7 septiembre, 2002, pp. 5-7. http://www.pangea.org/ankulegi/downloads/resources/lesbianismo_y_mercado.pdf
[17] Calero, op., cit., , p.81
[18] Ya nos previene de lo que puede suponer el olvido de otras categorías a la hora de definir los textos autobiográficos lesbianos Biddy Martín, pero su reflexión es igual de válida para los textos históricos: […] los escritos de Moraga, Anzaldúa y otras participan en el intento de prestar atención a las complejas intersecciones de raza, género sexual y orientación sexual, intentos que de modo directo e indirecto se oponen a la presuposición de que no hay diferencias en el seno del “yo lesbiano” y de que autoras, sujetos autobiográficos, lectoras y críticas lesbianas pueden ser agrupadas y marginalizadas como idénticas entre ellas e independientes de cuestiones de raza, clase, sexualidad y etnia. Biddy Martín, «La identidad lesbiana y la(s) diferencia(s) autobiográfica(s)» en Ángel Loureiro (Coord.), El gran desafío: feminismos, autobiografía y posmodernidad, Madrid, Megazal –Endymión, 1994, p.342.
[19] Laura Cottingham, op., cit., p. 3.
[20] Biddy Martín, op., cit., p. 348.
[21] “La apropiación femenina de pautas de comportamiento menos restrictivas es relacionada con la masculinización, y por tanto, en última instancia, con la homosexualidad. Reclamar una identidad como sujetos, a veces, empuja a las mujeres a apropiarse de los roles masculinos con riesgo de convertirse en sospechosas de desviadas sexuales”, dice Luz Sanfeliú, op., cit.,p.142.
[22] La transexualidad, término acuñado por primera vez por Harry Benjamín en 1953 es el deseo irreversible de pertenecer al sexo contrario al legalmente establecido y de recurrir si es necesario a un tratamiento hormonal y quirúrgico encaminado a corregir esta discordancia entre la mente y el cuerpo (algo totalmente impensable hasta muy recientemente en la medicina). El término transgénero es más amplio que el de transexual y se usa para designar a aquellas personas que a pesar de no sentirse bien con su sexo legal, no desean tampoco una adaptación completa al sexo legal contrario. Datos recogidos el 18/5/2004 en Dossier sobre transexualidad masculina, Grup de Transsexuals Masculins de Barcelona, http://www,geocities.com/mahfttm.
[23] Sanfeliú citando a Hall, Op., cit., p.111.
[24]“No me considero una mujer, pero uno de los mayores prejuicios acerca de las lesbianas y el que sostiene la lesfóbia y está basado en el miedo a la confusión de género, es que queremos ser hombres. Puede ser que algunas lesbianas quieran serlo, de hecho muchas personas a las cuales se les ha asignado el género mujer al nacer, viven algún tiempo como lesbianas antes de convertirse en transexuales de mujer a varón, pero la mayoría de nosotras no queremos ser hombres. Ahora bien, si no soy mujer, pero tampoco soy un hombre, ¿qué soy? Yo me considero una persona transgenérica de mujer a lesbiana y es por eso que estoy hablando hoy en este panel sobre transgeneridades”. Fabiana Tron, «Che ¿vos te diste cuenta que sos una mujer?», La fogata digital, http://www.lafogata.org/mujer/m_che.htm.
[25] Ibídem, p.107.
[26] Beatriz Suárez Briones, «Desleal a la civilización»: La Teoría [Literaria] Feminista Lesbiana, en Xosé M. Buxán Bran (Comp.), ConCIENCIA de un SINGULAR DESEO. Estudios lesbianos y gays en el estado español, Barcelona, Laertes, 1997.
[27] Paloma Fernández Rasines, nos cuenta el caso de la actriz Ellen Degeneres, que se definió como gay y no como lesbiana, aunque en España se tradujo directamente así. Cuando le preguntaron en una entrevista cómo se sentía después de haberse declarado lesbiana respondió que eso de ser lesbiana le sonaba a religión, que a ella le bastaba con ser gay. «Lesbianas en el mercado: homoerotismo y mujeres en las pequeñas pantallas», comunicación en IX Congreso de
[28] Raquel Platero, «Lesbofobia en los medios de comunicación», 1as
Jornadas lésbicas de la FELGT (Federación Estatal de Lesbianas, Gays y Transexuales), Madrid, Conclusiones inéditas, Madrid, 6,7 y 8 de diciembre de 2003. Puede verse un resumen mío de estas jornadas en http://www.e-leusis.net/ficheros/documentos/Jornadas-felgt.
[29] Los amores entre Virginia y Vita han estado recientemente de nuevo en el candelero tras las investigaciones de Susan Sellers y Jane Goldman, editoras de una nueva impresión de las obras de Woolf para la Cambridge University Press, que han sacado a la luz que excluyó párrafos de su obra, referidas a relaciones lesbianas, por temor a ser encarcelada como su contemporánea Radcliffe Hall. “En sus originales, Wolf era mucho más radical, más feminista y definitivamente más lesbiana que la que conocemos”, declaró Sellers”. http://www.argentina.indymedia.org/news/2003/01/74357.php
[30] Hago mía la pregunta de Cottingham en el artículo ya citado de «Notes on lesbian»
[31] Op., cit., en «Historia del lesbianismo en Occidente» p.1.
[32] Parafraseando a Mary Nash, ibídem, p.99.
[33] María Cruz Rubio Liniers, «La imagen virtual de la mujer. De los estereotipos tradicionales al ciberfeminismo», Pilar Amador Carretero (coord.) y Mónica Moreno Seco (ed.), Imagin/ando a la mujer, Feminismo/s, 2, diciembre 2003, Alicante, Centro de estudios de la Mujer, Universidad de Alicante, p.167.
[34] Meri Torras, «Silencios visibles y goces invisibles», Ponencia inédita presentada en 1as Jornadas lésbicas de la FELGT, p. 3.
[35] Las siglas corresponden a los miembros que integran este colectivo: Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales. El orden cambia según las necesidades de visibilidad de los grupos integrantes, aunque hay que hacer notar una cierta arbitrariedad en su uso por los colectivos y asociaciones integrantes de la federación a la hora de seguir las políticas de visibilidad consensuadas y difundidas por la FELGT. La combinación más frecuente es la GLBT, que después se cambió a LGTB, dada la necesidad de visibilidad del colectivo lesbiano. Últimamente se ha propuesto TLGB, puesto que el colectivo transexual es actualmente el más desfavorecido en demanda de reivindicaciones y visibilidad, pero la fórmula no parece tener mucho éxito.
[36] «Primer matrimonio gay en España. Son dos mujeres y se casaron en 1901», Crónica, El Mundo, Domingo, 22/06/2002.
[37] Aldarte, op., cit., p.10.
[38]Mira, op., cit., pp.609-610.
[39] Ricardo Llamas y Fefa Vila, «Spain: Pasión for life. Una historia del Movimiento de Lesbianas y Gays en el Estado Español, en Buxán, op., cit., pp. 189, 221.
[40] Jordi Petit, 25 años más.Una perpectiva sobre el pasado, el presente y el futuro del movimiento de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales, Barcelona, Icaria, 2003, pp. 27-28.
[41] Mira, op., cit., p.43.
[42] Ibídem, p.43.
[43] Sin embargo, en la documentación del movimiento de lesbianas de Catalunya, se da el mes de junio de 1986 como fecha de creación del Grup de Lesbianes Feministes de Barcelona. Indina Beuche, «Cronología del moviment de lesbianes a Catalunya», http://www.geocities.com/lesbifem/breucron.html
[44] En 1979, I Encuentro Estatal de Lesbianas en Madrid, en 1981 II Jornadas de Lesbianas del Estado Español en Valencia, 1987, I Semana de Lesbianas de Barcelona, 1988 Jonadas Estatales de Lesbianas de Madrid, 1995, Jornadas de Lesbianas “Hacia las Jornadas Feministas de 1996”, etc. Beuche, ibídem.
[45] Mira, op., cit., p. 204.
[46] Ni tampoco son excesivamente representadas. En un resumen de la historia del feminismo catalán, sólo se menciona dos veces a las lesbianas, una como tema de las jornadas de 1982 en Donosti y Madrid en 1984, y otra con motivo de la creación del Colectivo de Lesbianas, escisión del FHAG y del GLAL, Grup de Lluita per l’Alliberamente de la lesbiana. Lola G. Luna, «Apuntes históricos del feminismo catalán (1976-86): de LA MAR a las Lagunas de Ruidera, pasando por Granada», leído el 20/5/2004 en http://www.creatividadfeminista.org/articulos/geneal_2003_feminismcatalan.htm
[47] La lesbofobia interiorizada se caracteriza por las actitudes negativas interiorizadas por las propias lesbianas, generadas al haberse educado en un ambiente que rechaza y critica todo lo que no sea heterosexual. Jennifer Quiles, Más que amigas, Barcelona, Plaza & Janés, 2002, pp. 60-61.
[48] Fefa Vila en Mira, op., cit., p.205.
[49] Colectivo de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales de Madrid.
[50] Beatriz Gimeno en Mira, ibídem, p.193.
[51] Federación Estatal de Lesbianas, Gays y Transexuales.
[52]Fernández Rasines, op., cit., p. 8.
[53] Ibídem, p. 8.
[54] Rodríguez, op., cit., 89.
6 comentarios:
Angie, si me permites un comentario técnico, me cuesta mucho leer tus post cuando escribes en negro o granate sobre fondo morado. ¿Te apiadarás de los miopes en el futuro? ;)
Claro, no faltaba más. es que cambié el otro día la decoración para no aburrirme y como yo tengo vista de lince...
La cambio ya mismo, besitos
Hola Angie. Soy una estudiante de 1º de Educación Social y estoy haciendo en este momento un trabajo para Paloma Fernández-Rasines. Me gustaría saber qué es para ti la identidad étnica y la identidad de género si no es mucho pedir. Gracias, Esti
Pues yo no soy antropóloga, ni socióloga, pero así en plan opinión, yo diría que la identidad étnica es aquella que se refiere a la carga cultural que tiene el grupo étnico de pertenencia, como por ejemplo la gitana, o la judía... Y de identidad de género tienes cuarenta mil definiciones, pero la más clásica es la de que recoge todos los ingredientes referidos a los roles de género masculino y femenino. Pero con "identidad de género" nos referimos no sólo al conjunto de conductas, valores y estereotipos masculinos y femeninos, sino que en los últimos tiempos la teoría política y sociológica contemporánea está comenzando a hablar de "géneros", es decir, se pluraliza el concepto para incluir otros: el hermafroditismo, la transexualidad, la trasgeneridad, etc.
Soy escritora de Chile, y realmente me ha gustado mucho los concepto vertidos en relación al lesbianismo, encuentro en ello una claridad que por cierto ha muchas mujeres que aún sienten una extraña culpa por amar a otra igual, les serviría para mirar la vida con otros ojos y sentirse en definitiva orgullosas de haber tomado la libre decisión de amar en libertad ajenas a patrones impuestos.Felicitaciones
gracias Loba, espero que compartamos letras, ya que eres escritora. Por cierto, lo de Loba ¿tiene algo que ver con Pinkola Estés?
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